Se quedó grogui. Se movía a tumbos por el ring nacional. Daba pena. Hasta la sonrisa se le había congelado bajo el acento circunflejo de las cejas. Bastaba un golpe, un solo golpe, para noquearlo, para que cayera de bruces sobre la madera del cuadrilátero. El piadoso Rajoy no se lo supo propinar. Y el presidente ha salido del trance. Se ha dejado jirones de piel en las alambradas de la opinión pública, pero está vivo e, incluso, coleando.
En el proceso de rendición ante Eta, Zapatero ha mentido durante tres años, ha cerdeado, se ha bajado los pantalones del Estado para favorecer el trato, se ha sumido en la indignidad. Llegó a afirmar ante la nación que estábamos mejor que hace un año y que el año que viene estaríamos todavía mejor. A las pocas horas de tamaña declaración, Eta, con cierto regodeo, porque Zapatero ha cumplido muchos de los compromisos contraídos con la banda para que ésta anunciara el alto el fuego, pero no todos, respondió al presidente sonrisas con la bomba salvaje de Barajas. Pudieron morir centenares de personas pues había cerca de mil automóviles en el estacionamiento. La cifra se redujo a dos, pero Zapatero pasó unos días en que no tenía media torta, Raúl del Pozo dixit.
Habría bastado la convocatoria inmediata por parte del Foro Ermua de una manifestación multitudinaria con invitación al Gobierno, al PSOE, a los nacionalistas y comunistas para que el toro, con el estoque clavado entre las agujas, hubiera caído sobre la arena del ruedo ibérico. Dos millones de manifestantes en Madrid el pasado 3 de enero denunciando el error del presidente y su proceso de rendición, al grito de «Zapatero, embustero» y «Zapatero, dimisión», hubieran obligado al líder socialista a dimitir o a convocar elecciones. Algunos dirigentes del PP dicen ahora que esa manifestación tendría que haber terminado en Moncloa, rodeado el palacete por la multitud.
La manifestación del sábado, como ha dicho finamente mi querido Alfonso Ussía, ha sido acojonante y ha tenido innegable importancia, pero se ha celebrado un mes tarde. El 3 de enero hubiera derribado a Zapatero. La tórpida reacción del PP el 30 de diciembre permitió al think tank monclovita dar la vuelta a la situación y presentar ante la opinión pública a un PP insolidario que no se sumaba a la manifestación que el Gobierno, a través de asociaciones de ecuatorianos, supo convocar con la necesaria celeridad.
Los trenes a veces pasan dos veces. Y quizá el Partido Popular será capaz de aprovechar el próximo y derrotar a un Zapatero al que tuvo en las cuerdas. Tendrían que vencer los populares casi por mayoría absoluta pues, incluso los nacionalismos de centro derecha como Convergencia o el PNV están, hoy por hoy, bien lejos de sumarse a una victoria minoritaria de Mariano Rajoy. El PP no ha sabido atraerse a los partidos nacionalistas, ni siquiera a los cercanos ideológicamente. La situación es reversible porque en política el poder ciega. Pero , por el momento, la realidad es que el partido nacionalista catalán que pertenece a la misma internacional que el PP y que milita abiertamente en el centro derecha, apestó a Rajoy y se fue a firmar ante notario que pactaría con todos, menos con los populares.
El que da primero, da dos veces, en fin. En Génova no supieron hacer el 30 de diciembre lo que había que hacer. El PSOE le ganó por la mano al PP en la convocatoria anticipada de la manifestación. Algunos, desde la modestia de una columna periodística, señalamos a tiempo el camino. Sin éxito, claro. En Génova hay muchos sabios. Esperemos que le saquen partido al circo montado por los detenidos de Segi, que se entregaron con burla al Estado de Derecho, mientras Eta se liaba a bombazos en Baracaldo.
Luis María Anson es miembro de la Real Academia Española.