El dibujo es el más antiguo, inmediato y personal sistema de reproducir la propia naturaleza y visión humanas. La actividad de dibujar es la búsqueda de una imagen que apresa, ilustra y sintetiza una visión. La visión puede ser exterior, algo físico, y puede ser interior, hacia lo íntimo y lo psicológico. En el caso de Saul Steinberg (1914-1999), es una dialéctica entre ambas: describe el mundo exterior a él y lo mezcla con su personal melancolía.
Lo muestran ahora dos exposiciones en Nueva York. Una en la Pierpont Morgan Library y otra en el Museum of the City of New York. La primera, bajo el título, parafraseando a Rimbaud, Illuminations, muestra más de 100 dibujos y tiene por comisario a Joel Smith. La segunda, A city on paper: Saul Steinberg's New York, con el mismo responsable (junto con Thomas Mellins), recoge 40 dibujos del artista sobre la ciudad.
Steinberg, nacido en Rumanía, estudió arquitectura en Milán en 1933 y, tras su arresto por ser judío y sus meses en el campo de concentración, huye a Estados Unidos en 1942, invitado por The New Yorker, revista con la que había colaborado en 1941 y para la que continuó trabajando hasta su muerte, creando más de 87 portadas, 333 historietas y 71 portafolios (con 469 dibujos).
Fue el primero que plasmó en dibujo esa idea de que Nueva York había robado el fuego del mercado del arte a París: una de esas portadas de la revista hizo una veduta de Manhattan como centro de todo el globo terráqueo. Este dibujo vale más que todos los libros de historiografía. En esta exposición, se encuentran divertidas miradas a la contradictoria ciudad del metro y de los rascacielos. Steinberg es el Canaletto gráfico de la isla de Manhattan.
En febrero de 2002, presentamos en el IVAM la primera exposición de los dibujos del artista tras su muerte. En el catálogo, la cronología está compilada por el propio Steinberg, y es una muestra de su gran sentido del humor (también sobre sí mismo) y de su buena escritura.
En 1945, apareció su primer libro, All in line, que, aun en tiempos de guerra, vendió más de 20.000 copias. Su lápiz penetró todas las geografías y todos los temas: la burocracia aduanera, el metro, las mujeres, la arquitectura contemporánea, el cubismo, así como conceptos de lingüística o el criterio de nacionalidad y patriotismo.
La pluma como estilete no sólo hace cirugía para ver los males de nuestro tiempo, sino también autopsias. Capacidad de la línea de sintetizar una visión, una línea que marca límites, como la de Chillida. Pero Steinberg no piensa en escultura sino en sociología, es un Cioran con la línea y la tinta, su obra se podría titular Ce maudit moi. Él mismo se consideró un writer who draws, con una metodología que es una filosofía de la vida construida a base de asociaciones, paradojas y contradicciones. Su obra entra en el arte del siglo XX como los aforismos de Lichtenberg en la literatura alemana.
En la Morgan, se muestran sus dibujos de una manera más amplia, aunque la ciudad también aparece en su repertorio con buenos ejemplos: desde Underground, de 1944, hasta Vista del mundo (1976), la 9 avenida o Erótica I, de 1961.
Su tratado del dibujo, el mejor discurso del método de la historia de este medio, se titula The line, de 11 metros de longitud, que es una línea que comienza por una mano que la dibuja y que va tomando, o creando, diversas escenas hasta terminar en un patinador que deja la firma del autor (una línea de horizonte que es agua, mesa, puente, etcétera).
Steinberg ha sido el mejor caricaturista de la ciudad de Nueva York, como Woody Allen puede ser el símbolo del psicoanálisis en la Gran Manzana. Steinberg no sólo usó como materia de su crítica la historia del arte, sino también el sueño americano y las cosas de la vida cotidiana, la diferencia entre viajar en tren y en autobús, entre el fútbol americano y el tenis...
Él decía que no dibujaba del natural, sino, como dicen los italianos, dal vero, «de la verdad». Es interesante su libro de conversaciones con Aldo Buzzi, mantenidas entre 1974 y 1976, Reflections and shadows, (traducción de John Shepley, Random House, 2002). La ironía de Steinberg -erudita, inteligente-, que cruza como un rayo, necesita siempre un toque de cultura. No es una ironía críptica, pero necesita un espectador culto. Es como el jazz offbeat, que saca un pie fuera del tiesto, pero no con las cosas cotidianas sino con las propias cosas de la cultura, y especialmente de la historia del arte, de su mercado, de su crítica y de su fantasmagoría.