Miércoles, 7 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6261.
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Siempre hay peligro para aquellos que lo temen (George Bernard Shaw)
 MADRID
¿Cuántos puntos vale la vida de un niño?
Belén Díez España

La falta de facilidades para los padres de alumnos que llevan y recogen a sus hijos a diario del colegio, la persecución de Policía Municipal y vigilantes del carril-bus para multar a los vehículos que se detienen unos minutos en la «carga y descarga de sus hijos» son factores que influyen también decisivamente en los accidentes, como demuestra el testimonio de esta madre de dos hijos de 3 años

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«¡Que vienen los del carril-bus!». Este grito que parece el queo de los delincuentes ante la llegada de la Policía es la voz de alarma que mis hijos escuchan cada día mientras intento quitarles el cinturón y bajarles del coche a toda prisa para alcanzar lo que parece un objetivo imposible: el colegio.

Todos los días, por lo menos dos veces, he de convertirme en una delincuente por el simple hecho de llevar y traer en coche a mis dos hijos de tres años recién cumplidos al y del Colegio Calasancio, en la esquina de las calles Conde de Peñalver y Padilla. En vez de encontrar el apoyo de la Policía Municipal o de los vigilantes del carril-bus para facilitar el desembarco, sin que mis niños reciban ningún daño en un peligrosísimo cruce, me encuentro con una persecución, con un niño debajo de cada brazo, a la que no encuentro otra explicación que el mero ánimo recaudatorio.

Ningún autobús público, ningún metro, ninguna ruta escolar, ni siquiera andar la distancia de dos kilómetros con dos niños que apenas alcanzan a caminar más allá de una manzana me es posible. Arrastrar un carrito doble con los 30 kilos que pesan entre los dos sería una labor de titanes.

La única posibilidad de llegar es en coche a un lugar donde no existen aparcamientos y donde el único garaje privado acostumbra a presentar el cartel de Completo. Cada vez que veo imágenes de países tercermundistas con un policía facilitando el cruce de la calle de los niños con sencillas señales de cartón, me pregunto hasta qué punto nosotros, que hablamos de conciliación de vida familiar y laboral, de promocionar el nacimiento de más niños, somos un país desarrollado.

Cada vez que paso ante las puertas de los hoteles, las entradas de las estaciones, o por una zona de carga y descarga, me pregunto si mis hijos son menos importantes que los huéspedes, los viajeros o las lechugas que hay que depositar en la tienda de la esquina. Observo, a tan sólo una manzana de mi objetivo, cómo los comensales de restaurantes de postín aparcan impunemente en doble fila sin que se les penalice como a mí, una delincuente para la Administración.

Llevo soportando el acoso y desprecio de la autoridad municipal desde septiembre con el dudoso honor de acumular al menos dos multas y la pérdida de cuatro puntos y 600 euros (el equivalente a circular a 160 kilómetros por hora, dar marcha atrás en una autovía, saltarse un semáforo...). Eso sin contar con las multas que me habrán puesto a traición -y que aún no me han notificado-, porque ahora los Smart del carril-bus ni se dignan a parar a decirte a la cara que te han multado, porque pasan con un sofisticado equipo de cámaras fotografiando las matrículas, con lo que en un cuarto de hora (tiempo máximo para dejar o recoger a un niño) pueden alcanzar el objetivo de multar a cincuenta coches al día de una tacada, sin tan siquiera bajarse del coche.

Si en cuatro meses me han quitado cuatro puntos -constatados hasta ahora-, calculo que para finales de junio habré perdido mi carnet de conducir, y mi marido no conduce por una discapacidad. No pido una normativa hecha a mi medida, pero sí que se me facilite, a mí y al resto de afectados, una zona de carga y descarga de niños durante media hora diaria, cinco días a la semana. ¿Es tanto? Los mismos derechos que a las lechugas o a los tomates, que se descargan en cada esquina de la ciudad.

También rogaría a los conductores de autobús, que circulan a 50 kilómetros por hora a escasos cuatro metros de la puerta del colegio, que tengan más prudencia. El día menos pensado un niño de tres años, que apenas alcanza los 15 kilos de peso, se deslizará de la mano de su padre o de su madre cuando espera a cruzar el paso de cebra y será absorbido por la fuerza del vehículo. ¿Ni siquiera se puede colocar una simple señal indicando la presencia de un colegio?

Cuando ocurra alguna desgracia a cualquiera de los casi 400 niños de educación infantil -entre tres y cinco años- que asisten a este colegio dejará de ser un problema ir al cole. Para el niño y para sus padres.

Belén Díez España es madre de dos niños mellizos de tres años alumnos del colegio Calasancio.

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