En el anuncio del Opel Corsa, un ascensor pilla a uno de esos pequeños ojos con patitas por la cola y sale impulsado hacia arriba. Se había quedado obnubilado por el dichoso cuatro ruedas. En otra escena, un muñeco aún más tierno y extravagante que el anterior se encuentra regando una terraza tranquilamente pero, de repente, deja de apuntar a las plantas y lanza un chorro multidireccional empapando todo lo que le rodea cuando el utilitario pasa cerca de su casa. Cientos de desastres amenazan a estos ingenuos muñecos cuando el coche está cerca, lo que, unido a su tierna expresión y a su frescura, ha hecho de ellos el último grito en publicidad. En Youtube se rifan el vídeo del spot, han sido bautizados como los c'mons y en su propia página web (www.thecmons.com) viene hasta un cursillo acelerado de ganchillo para poder fabricarlos.
La galería Marita Segovia de Madrid muestra hasta el 24 de marzo parte de la obra de Boris Hoppek, el padre de las criaturas. Hoppek (Kreutzal, 1970) forma con Lolo, la francesa Miss Van o el japonés So, el dream team mundial de artistas callejeros procedentes de Barcelona. Lo suyo, que comenzó siendo el graffiti, ahora se despliega por las distintas disciplinas artísticas siempre con el mismo rumbo: la mezcla entre la ingenuidad y la denuncia, la brutalidad y la ternura.
Así lo explica la propia galerista, que tiene algo de responsabilidad en el éxito que abruma ahora a este tímido creador alemán. «Fue una casualidad. Iba andando por Barcelona para preparar la exposición de otra artista, Anke Blaue, cuando tropecé con una escultura hecha a base de cajas de cartón recicladas. La obra no tenía firma -Hoppek nunca rubrica sus creaciones- ni manera de localizar al autor. Pero me había impactado tanto que entré en una tienda, me compré una cámara desechable y le hice varias fotos. Luego se las mostré a una compañera y por fin pudimos localizarle».
Tras aquello, Segovia organizó su primera exposición en Madrid en octubre del año pasado, que «funcionó muy bien» y tras la cual vino toda la explosión comercial de sus muñecos para adultos. Los Bimbos -el nombre original de los peleles- se convirtieron en c'mons por mor de la publicidad, la misma que le obligó a exterminar sus genitales (bastante pronunciados, por otro lado) para convertirse en producto para todos los públicos, y que le ha sacado del anonimato.
Los Bimbos son «un poco como él». Hay un Hitler de trapo al que dan ganas de achuchar, en una extraña reacción invertida de amor-odio. «Yo creo que es un reflejo de su propia vida», explica Marita, «Boris vivió durante su infancia en una comuna hippy inmerso en un mundo de absoluta permisividad. Pero cuando sus padres se separaron todo cambió radicalmente y vivir se volvió una experiencia mucho más dura». Ahora se ha convertido en un ser tan introvertido que apenas habla.
Pero esta exposición -llamada Lavagina- no se limita únicamente a los Bimbos. Hay lienzos, acuarelas, esculturas... todo a base de cartones reciclados, hojas de cuaderno y materiales nada glamourosos. Los propios Bimbos que le han dado fama y que aparecen esparcidos por toda la galería, no sólo en el espacio expositivo de Lavagina, los cose amorosamente la madre del artista a partir de sus propios retales.
El sexo es también una constante, pero como ingrediente de un cóctel imposible mezclado también con sentido del humor y guiños entrañables. Una serie de cuatro vaginas, cada una peinada de una manera, lo demuestra. Están todas las tendencias: la pelada, la afro, la de peluquería y la natural. La risa da paso a un sentimiento casi maternal cuando uno de sus desvalidos muñecos aparece dibujado en medio del océano, en una patera enclenque, perdido. «Yo creo que el Bimbo por antonomasia es él mismo», comenta la galerista.
De momento, y antes de que se suba más a la parra del mercado del arte, las obras de Hoppek oscilan entre 100 y 5.000 euros.
Lavagina.
Hasta el 24 de marzo en la galería Marita Segovia (Lagasca, 7).