PEDRO VILLORA
QUÉ: Estreno de 'El año de Ricardo'
DONDE: En la Sala Cuarta Pared (Ercilla, 17)
INTERÉS: La obra está firmada por Angélica Liddell, una de las dramaturgas más importantes del momento.
Siempre es arriesgado afirmar que tal o cual artista es el mejor, y podría parecer pretencioso decir que Angélica Liddell es la mejor dramaturga española del momento. Sin embargo, lo cierto es que hay pocos creadores escénicos con una voz tan personal como la suya y de quienes pueda hablarse en términos de entusiasmo real. Cierta vocación por permanecer en los márgenes del sistema teatral, así como su quíntuple condición de autora, directora, escenógrafa, productora y actriz de casi todas sus creaciones, han dificultado la expansión y popularización de las mismas, pese a lo cual lleva década y media concitando el asombro y la adhesión de un grupo creciente de admiradores. En los últimos años, los reconocimientos públicos han comenzado a agolparse: a su condición de finalista de galardones tan prestigiosos como el Max, el Mayte o el Caja España -precisamente por El año de Ricardo- hay que sumarle el haber ganado los premios SGAE y Casa de América por dos de sus textos, y el Ojo Crítico por toda su trayectoria. Si no es la mejor, Angélica Liddell está sin duda entre las más interesantes.
Cualquier estreno suyo es un acontecimiento, y así ocurre con este El año de Ricardo que hoy se presenta en la Sala Cuarta Pared dentro de la programación del festival Escena Contemporánea. En El año de Ricardo, en cuyo origen está el Ricardo III de Shakespeare, se muestra a un manipulador de los usos retóricos del lenguaje que procura el apoyo de un pueblo intelectual y moralmente esclavizado. «No podemos estar convencidos de que las democracias funcionan limpiamente. Hay que interrogarse acerca de los maquillajes democráticos y de cómo en nombre de la democracia hay tiranos que se apropian de las ideas de libertad y justicia para perpetrar sus crímenes», afirma una creadora capaz de hablar en su texto de Franco, Castro y Hitler, pero también de Bush: «El sistema dictatorial no tiene que ver con el democrático, aunque ya sabemos que Hitler llegó al poder gracias al pueblo. Simplemente creo que se abusa del poder cuando se utiliza para fines personales. La línea que separa el totalitarismo de una democracia represiva y de un régimen dictatorial es muy sensible».
El Ricardo de Shakespeare cometía todo tipo de crímenes para alcanzar el trono. El de Liddell «dice que no hay que tenerle miedo a la democracia y que ya no hacen falta golpes de estado». «Tiene razón porque el poder es económico. Eso hace que sean muy parecidos Castro y Bush». No menos terrible es que su Ricardo, en vez del final trágico del original, termine convirtiéndose en un escritor: «Ricardo es un gran aspirante a literato. Cualquiera puede hoy hacer literatura. El concepto de literatura está muy devaluado y seguramente alguien como él vendería muchos libros». ¿Significa eso que Liddell dedica una mirada escéptica al supuesto compromiso de los intelectuales? «No. Ricardo no es un intelectual sino alguien que no es capaz de escribir una línea que no sea plagiada. En cuanto al compromiso, tiene que ser poético siempre».
Ese compromiso poético es perceptible en cómo los niños masacrados por las guerras se hacen presentes en esta historia de un tirano, al igual que en buena parte de sus obras: «La infancia la tengo en cuenta porque es el lugar del débil, del abuso, de la indefensión. Siempre me pongo de parte de los débiles, es algo que no puedo controlar».
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