Miércoles, 7 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6261.
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 MADRID
Ocio / Danza
La sombra fiel de Julio Bocca
Cecilia Figaredo, primera bailarina del Ballet Argentino, acompaña esta noche en el Albéniz al maestro en su despedida de los escenarios mundiales
BEATRIZ PULIDO

Debe de haber en la danza una mezcla interesante de dolor y de placer, un sacrificio tan brutal como para decidir dejarlo todo, decir adiós intermitentemente, como ha hecho varias veces Julio Bocca y, sin embargo, volver de nuevo a los viajes, a los ensayos, a los dolores en las articulaciones y en los pies. Esta vez parece que la despedida no tiene marcha atrás. Desde primera línea de fuego se prepara la que ha sido, la que aún es, primera bailarina de la compañía Ballet Argentino, Cecilia Figaredo, llamada a ser la sucesora del genial bailarín.

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Ella sabe que hasta que no se apague el último aplauso del homenaje los focos no le apuntarán del todo. A sus 33 años, Figaredo lleva 16 bajo la privilegiada estela del maestro y unos pocos menos como su pareja artística inseparable. Juntos han creado algunos momentos estéticos y de una sensualidad difícilmente repetibles.

La próxima parada de esta gira de despedida, que concluye el 22 de diciembre y que está llevando al Ballet Argentino por los escenarios de medio mundo, la efectúan en el Albéniz esta misma noche, sacando a escena la obra Adiós hermano cruel. «Venir a Madrid es como venir a casa», admite la bailarina argentina.

Desde los seis años supo la pequeña Cecilia que en el futuro sus pasos los daría de puntillas y sobre un escenario: «Mi mamá me dijo que ni hablar pero la hinché tanto que no tuvo más remedio que ceder». Después de entrar a formar parte de la compañía de Bocca tuvo varias ofertas para irse al extranjero. «Lo bueno que tiene el Ballet Argentino es la diversidad de estilos. Julio siempre trajo a los mejores coreógrafos extranjeros para trabajar con nosotros. Eso lo hacía muy diverso y muy nutritivo y no tuve la necesidad de salir en busca de nuevos horizontes. Siempre me sentí satisfecha».

Con el bullicio de tanta ovación, Figaredo admite que es difícil percatarse de que su maestro ejecuta sus últimos pasos. «Interiormente hay un deje de melancolía. Eso hace que lo viva también más intensamente que en otras ocasiones». En su escala neoyorquina les regalaron 20 minutos de aplausos y en el festival de La Habana no cabía ni un alfiler: «Había espectadores hasta en las escaleras del teatro y estuvieron gritándole mucho tiempo». Y se toca la piel para indicar que aún expresa emoción. «Mira, está de pollo». Aunque la porteña, nacida en el barrio de Caballito, reconoce que el fundador del Ballet Argentino «siempre fue un niño mimado del público».

Parece no sentirse incómoda por lo que se le viene encima y el papel que le ha tocado en gracia: nada menos que ser la sucesora del mejor bailarín argentino de todos los tiempos: «Siempre he estado respaldada por esa gran figura y por su nombre. Sé quién convocaba a ese gran público, pero para mí es todo un desafío. Me siento una privilegiada por poder vivir de lo que amo».

De la compañía se ha dicho que todos sus bailarines podrían actuar como solistas. «El grupo tiene tanta calidad que incluso sería posible que funcionara sin ningún nombre arriba».

Adora el ballet neoclásico y el drama, «que son dignos de interpretar y artísticamente dan mucho juego a los bailarines», como la función Adiós hermano cruel: «Una tragedia tremenda que trata de dos hermanos que se enamoran. Cecilia interpreta a una mujer muy fuerte, muy sensible y rebelde. Es una mezcla de todas esas cosas que hacen muy interesante el desarrollo de ese personaje dentro de la obra. Yo lo disfruto mucho». ¿Puede ser un digno colofón para el maestro?: «Siguiendo su expreso deseo, ha sido creada enteramente por argentinos. Además, creo que la intensidad le hace disfrutar mucho, y si esta obra posee algo es intensidad».

En Argentina se recordará a Julio como la persona que abrió las puertas a la danza y la acercó a un nivel popular. «Tuvo que crear y sostener una compañía sin apoyo público». Por eso y por muchas otras razones, Cecilia Figaredo sabe que su nombre estará siempre unido al de Bocca, «si no me nombran a Julio en el futuro, lo haré yo».

Adiós hermano cruel.

Hasta el próximo 25 de febrero, en el Teatro Albéniz (Paz, 11). De martes a sábado, a las 20.30 horas; domingo, a las 19.00. Precio: de 30 a 50 euros.

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