CARMEN RIGALT
Hoy quiero hablar de Africa. No del continente, ni del contenido, sino de una chica que se llama así. Su madre le puso Africa en honor a una virgen que ni siquiera sé si es negra. La única virgen negra que conozco es la Moreneta, y tira a bizantina. Basta con mirarle las babuchas.
A lo que iba. Africa tiene 31 años, está doctorada en antropología y dedica las horas libres al cambio climático. Más le habría valido estudiar meteorología y poner las nubes del telediario. Conozco la vida de Africa a través de Lu, que, a pesar del nombre, es su madre. Ella me la cuenta por entregas. El último capítulo hace referencia a la precariedad laboral, y en él llevamos atascadas dos años y pico. No sé a quién ha salido Africa. A su madre no, porque si hubiera salido a ella tendría la carrera de París Hilton y andaría de putón verbenero por los hoteles. Lu (versión sincopada de Lourdes María) es mitad liberal y mitad carca. De cintura para abajo, liberal; de cintura para arriba, carca. Lo primero lo ha entendido muy bien, porque los novietes son su sobresueldo. Ora les saca un plumas, ora una cámara digital o un finde en Roma. Pero no todas las parejas de Lu dan buenos resultados. De hecho, su último novio no se estiraba nada: era un rata.
Decía que Lu es liberal de cintura para abajo y carca de amígdalas para arriba. Ella hubiera preferido que su hija eligiera una de esas carreras que las madres de antes llamaban «femeninas». A saber: la moda y el diseño, la música, los idiomas (incluido el búlgaro), la publicidad, el arte, la televisión. A mí me dice, por ejemplo: qué bonita carrera, el periodismo: ideal para una chica.
Africa siempre ha sido una estudiante modélica. Por joder, mayormente. Del mismo modo que a los padres rojillos les salen los hijos azules, a los padres zánganos les salen los hijos aplicados. Lu se llevó el peor disgusto de su vida cuando la niña dijo que quería estudiar antropología. «¿Antro qué?», preguntó Lu con expresión desaforada. Todos los intentos de disuadir a la niña resultaron inútiles y Africa terminó leyendo su tesis doctoral sobre los indios cuna. Desde entonces, vende artesanías en el Rastro. Le pega. Ella es en sí misma una criatura artesanal, una rareza antropológica.
Llamada de Lu. Me hace saber que Africa está enamorada y ha descubierto el sentido de la ambición. Se ha ido a vivir con un profesor de pilates. En el espejo del baño ha dejado escrito: «Mamá, quiero ser mileurista».
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