Lisa Marie Nowak, astronauta desde 1996 y piloto de la Marina, podría pasar el resto de sus días en la cárcel si los jueces la estiman culpable de los cargos a los que se enfrenta: intento de secuestro y tentativa de homicidio en primer grado. Nowak era la heroína del Discovery, pintada de neón bajo un paraguas catódico de estrellas. Las niñas, a las que la NASA camela para que financien el credo espacial cuando coticen, soñaban con emularla. Hasta el lunes, cuando, roída por los celos, quiso secuestrar -y, según la fiscalía, asesinar- a una rival amorosa, Colleen Shipman, capitán de la Fuerza Aérea Estadounidense.
Ambas estaban liadas con Bill Oefelein, comandante del Discovery. El culebrón espacial, la desesperanzada historia de la mujer cosmonauta en órbita, es hoy pasto de caimanes. Como en la canción del gran Bunbury, nadie verá más la mirada de la chica «triste que observaba el infinito»; o, al menos, nunca más junto a la rampa de lanzamiento; sí, tal vez, vestida con el mono naranja, rumbo al estrado.
Nowak, de 43 años, que embarcó en el transbordador espacial en julio, ha declarado a la policía que su liaison con Oefelein era «algo más que una relación de trabajo pero menos que un romance». Separada y con tres hijos, planeó al detalle su asalto final. Harta de la indecisión de Oefelein, o quizá embebida de sentimentalismo lírico, creyó restaurar su sueño comprando violencia al portador. Tras pasar por el banco y el supermercado, pertrechada con un arsenal que podría definirse como el kit definitivo del secuestrador aficionado, condujo 1.529 kilómetros, la distancia entre Houston y Orlando, para encarar el destino. Entre sus artefactos figuraba una pistola de aire comprimido, que usaría para incitar al diálogo a Shipman.
Aunque alega que su intención no pasaba de «asustar» a Shipman, para los magistrados acariciaba fantasías homicidas. Más que una argonauta embebida por el desamor, Nowak posa frente a los tipógrafos como una pantera en celo. Hizo de un asunto doméstico un asunto de honor que hubiera regocijado a Lope, puro salfumán en vena.
Asignada al 45º escuadrón de la Fuerza Aérea, con base cercana al Centro Espacial Kennedy, Shipman ha contado que llegó al aeropuerto internacional de Orlando a la una de la tarde. Tras aguardar a que saliera su equipaje, tomó un autobús que debía dejarla junto a su coche, aparcado en el estacionamiento del complejo. Tras abandonar el bus, sospechó de una mujer que, luego se supo, se había disfrazado con una peluca y un impermeable. Parecía seguirla. Asustada, corrió hacia su auto. Siempre según la versión relatada a la policía, no cuestionada por Nowak, al alcanzar el coche bloqueó los seguros y cerró las ventanillas. Entonces, Nowak comenzó a golpear la puerta. Trató de forzarla. Shipman escuchó sus ruegos.
La astronauta Nowak le imploró, entre lágrimas, que abriera. Sólo quería hablar. Necesitaba ayuda, dijo. Cuando Shipman contestó que pediría ayuda por teléfono, Nowak alegó que no podía oírla. Shipman abrió dos pulgadas la ventanilla del conductor y la astronauta aprovechó para introducir por la rendija un bote de gas pimienta, rociando el interior del coche con una nube.
Como en una película de acción, Shipman arrancó el contacto y pilotó a través del gas. Con los ojos ardiendo, contempló a Nowak por el visor, corriendo hacia la parada del autobús. Alertado por los gritos, un policía observó cómo guardaba algunos objetos en una bolsa de la basura. Entre estos había una pistola de aire comprimido, un cuchillo, 600 dólares en efectivo y una tubería de goma.
El atestado policial, hoy reproducido por las estupefactas cadenas de noticias, comenta que en el interior de su coche los agentes encontraron mapas de direcciones, correos electrónicos de Shipman a Oefelein, pañales que la permitieron no hacer paradas durante su viaje (o al menos eso asegura Nowak), una carta de amor a Oefelein, las direcciones de Shipman y media docena de guantes de goma. «La señora Nowak ha comentado que no quería causar ningún daño a Shipman, que sólo quería asustarla», reza el comunicado de la policía.
Tras este episodio de amor fou, la astronauta fue, finalmente, puesta en libertad -con un dispositivo de localización geográfica- bajo fianza de 25.500 dólares. Al cierre de esta edición, no se sabía cuándo deberá comparecer de nuevo ante el juzgado, según informa Reuters.
Sin duda, el suceso supone un retumbante estropicio para la NASA, que, ahogada por quienes opinan que su presupuesto es una rémora de la Guerra Fría, ha empeñado sus cartas en una masiva campaña de imagen que debiera borrar el recuerdo de las penúltimas catástrofes, cuando perdió varios robots sobre la faz de Marte y un transbordador que deflagró en vuelo. Algunos, sin embargo, piensan que el incidente será un revulsivo. Nada conmueve más al televidente que una crónica rosa sazonada con vísceras. Sin quererlo, Nowak ha colocado a la NASA en el estrado que sus logros científicos jamás cataban. Por si acaso, la agencia guarda silencio.
Como colofón, el testimonio de dos de sus compañeros espaciales -Chris Ferguson y Steve Lindsay viajaron hasta Orlando «para apoyar a Lisa»- contrasta con el análisis del Ministerio Fiscal. «Tenía una misión y la plena determinación de llevarla a cabo», dijo la fiscal Amanda Cowan. «Su plan era el asesinato».
LO DICHO Y HECHO
«Sólo quería hablar con ella», le dijo a la policía tras ser detenida, «no quería hacerle daño»
1963: Nace en Washington. 1987: Tras recibir su título en ingeniería aeroespacial, se gradúa como piloto de la Marina. 1996: Entra en el programa de astronautas. 1998: Asignada como especialista a los vuelos de la NASA tras dos años de entrenamiento. 2003: Pierde a tres compañeros en la tragedia del Columbia. 2006: Realiza su primer vuelo a bordo de la nave Discovery. 2007: Ingresa en prisión, acusada de intento de asesinato.