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La pálida muerte llama con el mismo pie a las chozas de los pobres que a los palacios de los reyes (Horacio) |
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INFRALEVES |
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Deseo y destino |
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JOSÉ JIMÉNEZ
La aventura conjunta de Jaume Plensa y La Fura dels Baus en el universo de la ópera sigue dando sus frutos. Estas semanas se suceden las representaciones en el templo de la ópera parisina, el Palais Garnier, de su nuevo espectáculo, coproducido con el Teatro del Liceo de Barcelona. La propuesta parte, como en ocasiones anteriores, de Gérard Mortier, quien en su afán de renovación crítica del repertorio, planteó la unión en una misma representación de dos piezas en principio bastante distintas: Diario de un desaparecido (1921), un ciclo de 22 canciones para tenor, contralto y voces femeninas, del compositor checo Leos Janácek, y El castillo de Barba Azul (1918), el drama lírico en un acto de Béla Bartók.
El resultado es magnífico, deslumbrante. Es verdad que las dos obras de Janácek y Bartók son estrictamente contemporáneas y proceden de un contexto cultural bastante próximo. Pero, gracias al excelente trabajo de orquestación de las canciones de Janácek realizado por Gustav Kuhn, quien dirige también la Orquesta de la Opera Nacional de París, y gracias igualmente a las ideas puestas en escena por Plensa y La Fura, las dos piezas fluyen en escena como algo único, a lo que ayuda además que se representen sin interrupciones. La selección de los cantantes, cosa de Mortier, funciona: sensacional el tenor alemán Michael König, en el Diario, llena de pasión la mezzosoprano, Béatrice Uria-Monzon, y de equilibrio el barítono, Willard White, en El castillo.
La concepción escénica es impresionante. Todo comienza con una cabeza que canta sobre la escena, un cuerpo dentro de un agujero, que poco a poco va saliendo hasta que se marcha con la mujer por la que se siente seducido. Luego, el castillo de Barba Azul se desmaterializa en las proyecciones de vídeo que reproducen el propio Palais Garnier, donde habitaba el fantasma de la ópera, con un juego de figurantes dobles y de cortinas de agua, que llevan hasta la máxima intensidad la fuerza expresiva de un espectáculo que sintetiza todas las artes.
La unidad musical tiene mucho que ver con la forma en que Kuhn ha orquestado el ciclo de canciones de Janácek: a lo Bartók, permitiendo así destacar el valor de una partitura excepcional, la de El castillo que, quizás por su brevedad, no frecuenta los escenarios tanto como merece. Las ideas de Plensa y La Fura subrayan la fuerza de atracción de la mujer transgresora en una sociedad intensamente patriarcal. La mujer transgresora, la mujer enigma, frente al hombre. Hacia fuera, marchándose y abandonando las raíces por ella en el ciclo de Janácek. Hacia dentro, plegándose sobre sí mismo hasta hacerse casi transparente en el Barba Azul de Bartók. Es verdad que, en sentido estricto, no podemos hablar de una ópera: no hay una trama con su planteamiento, desarrollo y final. Estamos más bien ante un poema lírico y dramático, ante una serie de variaciones musicales y escénicas que dan vida a lo que es, para mí, el tema musical del destino. Imposible no irse, no hay forma de salir del castillo. Anverso y reverso del deseo.
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