LAURA FERNANDEZ
BARCELONA.-
Los principales lectores de novela negra están en las cárceles. Lo dice Alejandro Gallo, autor de Una mina llamada infierno (Laria) y jefe de la Policía Local de Gijón, que sabe de buena tinta que los mejores críticos de las historias de detectives son los propios detectives. «Cuando un agente lee que el protagonista de una novela situada en el siglo XXI es un subcomisario, la tira a la basura. Porque los subcomisarios se acabaron en 1986», dice. Gallo participó ayer en la mesa redonda que, en el marco del III encuentro BCNegra, analizó el tema de la literatura policíaca periférica. Le acompañaron Juan Bolea, Eugenio Fuentes y David López.
Precisamente, López nació y creció en un pueblo de 80 habitantes y no se siente al margen del género porque éste tenga tanto que ver con el asfalto de una gran metrópoli. «En España, los crímenes más atroces tienen que ver con el ambiente rural», dice, por lo que encuentra lógico el interés literario por los pueblos. «De hecho, clásicos de la novela negra como Jim Thompson, G. K. Chesterton y Simenon escribieron historias situadas en ambientes rurales», añade Eugenio Fuentes, padre del detective Ricardo Cupido.
En tanto que reflejo de la realidad (al menos, de su lado salvaje), la novela negra se ciñe a unas coordenadas espacio-tiempo muy concretas, que determinan en gran medida la posible trascendencia de la misma. «Tener que situar una novela es una maldición», considera Juan Bolea (gaditano, autor de La mariposa de Obsidiana). Y añade: «Creo que lo importante debería ser la trama; a mi entender, es lo que puede hacer de tu novela un clásico. Si está en extremo situada en la actualidad, en 10 años puede ser tan vieja como el periódico de ayer». Por su parte, Alejandro Gallo (Gijón) y Eugenio Fuentes (Cáceres), creen que una buena trama es compatible con la crítica social. «Una novela negra es siempre un buen termómetro», dice Fuentes. En este sentido, «la única diferencia entre una gran ciudad y un pequeño pueblo está en la cantidad y el tipo de asesinato», dice Gallo.
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