Estaba muy cambiada. Costaba reconocer en las fotografías publicadas por las revistas del corazón últimamente a aquella chica tan segura de sí misma que había saltado a la fama a raíz del noviazgo de su hermana con el heredero al trono español. Una de cierto hippy chic a la que se notaba feliz con la notoriedad repentina y que parecía dispuesta a comerse el mundo.
La vi una sola vez. Fue durante la inauguración de la retrospectiva de Manuel Pertegaz en el Museo Reina Sofía, radiante en un absurdo cardigan blanco de tenista que, sin embargo, llevaba con cierta gracia.
Tenía que haberla visto en otra ocasión, un acto organizado por FMR, la editorial en la que trabajaba en un cargo ejecutivo después de haber sido una de sus vendedoras. Perezoso, no acudí, ya que se trataba de la tarde de más calor del año. Víctima de su inexperiencia, Erika lo presidió con un traje de noche largo en gasa gris, creo que de Versace, con un cuello halter que dejaba su espalda al aire, conjuntado con zapatos de ante negro. Resultó ser una vestimenta algo improcedente que fue muy criticada en su momento.
La verdad es que era muy vapuleada en los medios por aquella época, como si la prensa no se atreviese a hacerlo con su hermana, utilizándola a ella de chivo expiatorio. La llamaban la hermanísima e incluso erikisima. Creo que empezó a cambiar por entonces. Dejó de aparecer en público y se fue a trabajar a una productora de televisión como si se marchara a un convento de clausura. Al poco tiempo nos enteramos de que se estaba separando del padre de su hija, el hombre que todos suponíamos su marido, pero con el que jamás había estado casada, que hacía una suplencia como barrendero.
Superado ese trance, volvió a aparecer en las páginas de la prensa peluqueril del brazo de un joven cámara de televisión que, por lo visto, era su novio. Al principio parecía feliz, pero últimamente su aspecto era el de una enferma de imagen algo descuidada.
Al comentar su muerte repentina ayer, las comadres televisivas habituales avanzaron la teoría de que su supuesta depresión se debía al estrés provocado por el hecho de ser la hermana de la consorte del príncipe heredero.
La idea no deja de ser interesante, ya que se trataría de un precedente. Ni las hermanas de Diana, princesa de Gales o las de Fabiola de Bélgica, pasando por Paca, la única hermana de la Emperatriz Eugenia, parecen haber sufrido el menor atisbo de depresión jamás por el hecho de ser plebeyas que habían entroncado con royalty.
Claro que ellas no tuvieron el asedio constante de las alcachofas de la prensa canalla, dispuestas a machacarlas en sus programas de sobremesa.
A Erika el asedio pareció gustarle mucho, por lo menos al principio, cuando guardaba un mutismo feroz ante las preguntas a veces impertinentes de los paparazzi. Pero quizá resultó ser demasiado al final.