El hecho sorprendente, insólito, único, de que Letizia Ortiz Rocasolano se convirtiera, por matrimonio, en la futura reina consorte de España cuando a lo más que aspiraba era ser una buena periodista, no ha traído la felicidad a su familia.
Por una vez y sin que sirva de precedente, en el país de los cuñadísimos, yernísimos y hermanísimos, la muy querida, la muy amada Erika, la hermana más pequeña de Letizia, fue encontrada muerta «en extrañas circunstancias», como se dice cuando no se quiere reconocer toda la verdad, en la mañana de ayer miércoles.
Lo más triste de esta muerte -todas lo son- es que se produjo en la soledad del piso que su principesca hermana le había cedido cuando, el 1 de noviembre de 2003, abandonó todos los bienes de su terrenal vida anterior, para profesar en el noviciado de la Casa Real de la que un día será investida como reina consorte.
Erika, por desgracia, no ha tenido suerte. Pienso que nunca la tuvo. El divorcio de sus padres le sorprendió cuando tan sólo era una adolescente. A esa edad, la tragedia familiar marca mucho.
Sentimentalmente, Erika tampoco ha sido una joven feliz. Tal vez lo fue hasta que la boda de su hermana, con un príncipe de verdad, la colocó frente a su triste realidad de un compañero, como Antonio Vigo, un buen hombre sin mucha suerte en la vida. Aunque lo suyo era convertirse en escultor, acabó como empleado ocasional en el servicio de limpieza de un ayuntamiento. La huida de Asturias a la capital del Reino, dejando atrás los problemas de una etapa que era mejor olvidar, tampoco les ayudó, aunque, como el matrimonio feliz que no era, aparecieron en las tres fotografías familiares más importantes de la vida de su hermana Letizia: la petición de mano en el Palacio de El Pardo; la boda en el Palacio Real y el bautizo de Leonor, en el Palacio de La Zarzuela.
Aunque laboralmente Erika pareció encauzar su pasión por el arte trabajando en la editorial Franco María Ricci, tampoco debió de sentirse realizada. Ni con su fichaje en la productora televisiva Globomedia gracias a Emilio Aragón.
Al parecer, tampoco la pequeña Carla, de sólo cinco años, hija de ambos, ha logrado no solamente no salvar la relación de pareja de sus padres, sino tampoco la vida de su madre.
Una depresión, por motivos endógenos o exógenos, o ambos a la vez, eso hoy por hoy no se sabe, de la que intentó salir pidiendo la baja laboral hace unas semanas, puede haber sido la causa de esa muerte absurda, sin explicación y sin sentido.
Cierto es que la vida está llena de una infinidad de absurdos que ni siquiera necesitan parecer verosímiles porque son verdaderos, como decía Pirandello.
Triste vida la de Erika, hermana de Letizia y de Thelma, cara y cruz de esa moneda que son las hermanas Ortiz Rocasolano.