Jueves, 8 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6262.
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 MADRID
AQUI / NO HAY PLAYA
El fotomatón del alcalde
David Torres

Por la abundancia de fotos, la agenda de protocolo de Gallardón parece una carpeta de quinceañera. Al Gore sí ha respondido a su saludo mientras que Tim Robbins se lo pensó un buen rato, mirando la mano tendida como si el alcalde llevara un chicle pegado a la palma. No le falta razón a Miguel Sebastián (que ya ha decidido pasarse a los discursos para sordos) cuando dice que Gallardón dilapida una pasta en actos promocionales. Es como si el alcalde tuviese ya pensado retirarse de la política y montar un asador en las afueras. Debe de estar coleccionando fotos para decorar un salón de ésos repletos de retratos con gente importante y luego enseñárselo a la clientela, que eso viste mucho. Lo raro es que se le escapara viva una belleza como Monica Belluci cuando pasó por Madrid como una aurora boreal con piernas. Al fin y al cabo, la Belluci hizo de Cleopatra y Gallardón es una verdadera autoridad en el Antiguo Egipto. Podían haber posado juntos de perfil junto a la pirámide inconclusa de la M-30, ésa donde los esclavos trabajan hasta altas horas de la madrugada para que a los vecinos no les falte marcha.

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En una de las ciudades más cerdas, incívicas y ruidosas del mundo, hablar del calentamiento global roza lo pornográfico. En Madrid, el calentamiento global debe de ser lo que nos pasa a ciertos varones cuando vemos un escote pronunciado paseándose por la Gran Vía. Pero a Gallardón le molestan hasta los árboles augustos del paseo del Prado: si por él fuese, no sólo cambiaría todos los árboles por parquímetros, sino que metería parquímetros hasta en Las Meninas y en Las Lanzas. Le pintaría ranuras a Justino de Nassau y aprovecharía el gesto de Spínola, inclinándose a recoger las llaves de Breda, para ponerle una moneda en la mano. Breda, por supuesto, es un nuevo modelo de coche.

De manera que no se entiende muy bien la sesión de fotomatón entre Al Gore y Gallardón a no ser que obedezca a una neurosis obsesiva digna de un coleccionista de autógrafos. Uno es el buque insignia del ecologismo y el otro cualquier día saca una marca de sierra amazónica con su apellido. En las obras gallardónicas no sólo no se respetan magnitudes ni horarios, sino que se han deforestado cantidades ingentes de verde: por toneladas. Algunos accesos a la capital, que parecían sacados de un Van Gogh provenzal, ahora han quedado como si Tàpies les hubiera pasado la espátula: una apología del Sahara pero en versión París-Dakar. Supongo que Al Gore se lavaría la mano después de la foto, para quitarse el polvo de ladrillo y los restos de cemento. A no ser que el vicepresidente de EEUU tenga poderes psíquicos, como Carlos Jesú, la facultad de transmitir conocimientos por imposición de manos, difícilmente Gallardón puede haber aprendido algo de este encuentro más bien epidérmico. Si acaso, cómo perder unas elecciones cuando ya están ganadas.

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