Jueves, 8 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6262.
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ENTRADA / DE ARTISTAS
'Clara S.': ¿Clara y el sexo?
Pedro Víllora

Ayer, por primera vez en mi larga carrera de espectador, vi a un actor eyacular en el escenario. O si no lo hizo, lo fingió de manera extraordinariamente verosímil. El intérprete era y es el joven y talentoso Andrés Ruiz, y la obra en la que se produjo el acontecimiento fue Clara S. Con este montaje, que aún puede verse hoy y mañana, ha comenzado el Ciclo Autor del festival Escena Contemporánea, una iniciativa de Vicente León que en esta ocasión se consagra a la creación dramática de la Premio Nobel austriaca Elfriede Jelinek.

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Clara S. no significa Clara y el sexo, sino que hace referencia a Clara Schumann, quien, en la ficción planteada por Jelinek, habría acompañado a su moribundo y delirante esposo Robert Schumann a la casa de Gabriele D'Annunzio para pedirle ayuda. Schumann, el músico impotente, no ocupa el centro del drama, pues éste es el lugar de la esposa cuya potencialidad artística ha sido masacrada por un marido castrador, y también el espacio de un poeta enfebrecido por una sexualidad permanentemente enardecida y que gusta de rodearse de mujeres artistas a las que gozar y de las cuales nutrirse.

Ruiz es D'Annunzio en este espectáculo dirigido por Oscar Miranda para la recién nacida Compañía Siglo XXI. Durante gran parte de la función permanece desnudo mientras es besado, acariciado, restregado y masturbado por un grupo de hermosas y notables actrices a quienes él también besa y abraza, además de agarrar pechos, lamer pezones y frotar su pene contra las caderas femeninas. Incluso las nalgas al aire de un actor vestido de mujer reciben su empellón correspondiente. La sexualidad, así, no es ya sugerida o virtual, sino explícita, llegando a ese extremo ya citado de estimularse con su propia mano sin tapujos y hasta el fin.

No hace mucho, un profesor de la Complutense me preguntó: «Ustedes, los del teatro, ¿qué sienten cuando se desnudan en escena?» En teoría nada especial, puesto que quien se desnuda es el personaje, no el actor y, como se decía en tiempos del destape, uno no hace más que lo que exige el guión. Pero viendo ayer a Ruiz no podía menos que acordarme de Belén Fabra y su trabajo a las órdenes de Calixto Bieito en Plataforma, que le ha valido ser una de las finalistas del Premio Valle-Inclán auspiciado por EL MUNDO (por cierto, que también en Plataforma se asistía a la masturbación de Juan Echanove, sólo que éste lo hacía con el calzón puesto y sin mostrar nada, mientras que en Ruiz está todo a la vista). Durante toda la representación, Fabra se mueve por el escenario en completa desnudez, lo cual fue muy comentado por la crítica madrileña, que valoró la naturalidad con que actuaba sin parecer preocuparse por su aspecto.

Lo cierto es que el desnudo ya no escandaliza a casi nadie, una masturbación tampoco y, posiblemente, ni siquiera lo haga una eyaculación (¿lo conseguía aquella escena de Baraja del Rey Don Pedro en que una madre y una hija se veían obligadas a fornicar juntas?). No escandaliza porque somos tan modernos que fingimos aceptar cualquier cosa para no ser tildados de retrógrados. Tan modernos que hacemos como que lo que vemos ni nos excita ni nos provoca (¡si la oscuridad del patio de butacas se deshiciese!). Tan modernos que, en el fondo, ya lo hemos visto todo y, como no nos queda más por ver, quizá a los directores les dé pronto por volver a centrar su atención en la palabra.

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