Flaubert y Baudelaire comparecieron hace 150 años delante de la Justicia francesa por sus desórdenes literarios. Eran culpables de haber escrito Madame Bovary y Las flores del mal. También se les acusaba de haber ofendido obscena y explícitamente la impoluta moral ciudadana.
El aniversario de aquellos procesos ejemplares viene a cuento porque el Tribunal Correccional de París ha alojado en el banquillo al director del semanario satírico Charlie Hebdo. Se le acusa, nada menos, de «injurias contra un grupo de personas en razón de su religión». Philippe Val podría expiar seis meses en la cárcel por haber publicado caricaturas irreverentes de Mahoma.
Algunas procedían directamente del semanario danés que dio origen a la polémica planetaria hace un año, mientras que otras en tela de juicio fueron concebidas con los lápices de los propios amanuenses franceses. Incluida la de Cabu, humorista de referencia incendiaria y autor de una viñeta donde Mahoma proclamaba sentirse «adorado por una panda de gilipollas».
Estas cosas no les gustan a los representantes de los organismos musulmanes radicados al norte de los Pirineos. Tanto el Consejo del Culto Musulmán como la Unión de las Organizaciones Islámicas de Francia (UOIF) consideran que la querella en marcha es un cortafuegos que preserva a sus correligionarios de «abusos inquietantes e intolerables». Palabra de Dalil Boubakeur, rector de la Gran Mezquita de París y estrella mediática en la apertura del proceso. Había tantos policías como cámaras de televisión.
Libertad de expresión
En las gradas del tribunal, predominaban los partidarios del director de Charlie Hebdo, protagonista inevitable de la audiencia inaugural. «¿Qué le queda a un ciudadano si ni siquiera puede reírse de los terroristas?», se preguntaba Val entre ovaciones. «Nuestras caricaturas no eran un ataque a las personas ni a los creyentes. Nos considerábamos con el derecho de criticar una religión en cuanto idea y en cuanto ideología».
El director tenía un naipe secreto escondido en la mano. Mejor aún, una carta solidaria de Nicolas Sarkozy que aludía a la libertad de expresión de manera inequívoca: «Prefiero un exceso de caricaturas a una ausencia de caricaturas», escribía el ministro del Interior en defensa de Charlie Hebdo. Fue un golpe de escena que sacudió a la audiencia espectacularmente. Sobre todo porque Sarko intervenía personalmente en un asunto judicial para defender la estirpe de los sátiros y preservar el derecho a la crítica.
Llama la atención que estas aclaraciones tengan que hacerse en la república laica de Francia. También sorprende que la patria de Voltaire se vea inmiscuida en la confusión del orden judicial y del orden moral. «Este proceso debilita el principio occidental de la libertad de prensa y de expresión», señalaba Robert Menard en nombre de Reporteros sin Fronteras.
«Vivimos intimidados bajo un clima asfixiante. Tememos la reacción que nuestras informaciones o nuestras viñetas puedan engendrar. Incluso comenzamos a entender normal dejar de hablar de ciertas cosas por el miedo a disgustar a terceros. Es una tontería decir que un musulmán o un homosexual son inferiores, pero una opinión así no justifica la cárcel. El sexismo y el racismo son deplorables, pero, defendidos en el plano dialéctico, no pueden conducir a un castigo entre rejas», añadía Menard.
Es el mismo contexto de indignación y de incredulidad en el que se ha abierto camino un manifiesto de intelectuales en defensa de Charlie Hebdo. Aparecen entre los firmantes personajes tan ubicuos e influyentes como Bernard-Henri Lévy, aunque también proliferan escritores y filósofos musulmanes, contrarios a que el semanario pueda ser multado con 30.000 euros. En tal caso triunfarían las tesis de la acusación. Es decir, que las viñetas recogidas entre las páginas de Charlie Hebdo el 8 de febrero de 2006 fomentarían el odio religioso, constituirían un explícito ultraje y complicarían la convivencia de los musulmanes en territorio francés.
Para evitar semejantes conclusiones, la defensa del semanario satírico tiene previsto convocar como testigos a una pléyade de personalidades francesas. Ayer intervino François Hollande, primer secretario del Partido Socialista, mientras que en los días sucesivos van a hacerlo François Bayrou, líder del los centristas, el realizador judío Claude Lanzmann y el filósofo tunecino Abdel Wahab Meddeb, partidario de la iniciativa de Charlie Hebdo porque sus páginas alojaban democráticamente críticas a todas las religiones.
La prueba de solidaridad más concluyente pudo reconocerse en la edición de Libération. El diario prestó su cabecera al Charlie Hebdo, publicó todas las viñetas de Mahoma polémicas y le concedió una columna a Val para que pudiera desahogarse a su antojo.