M. R.
PRISTINA.-
En contraste con las majestuosas salas de los palacios gubernamentales de Belgrado -un despliegue de madera, mármol y rubias muy maquilladas de camisas blancas brillantes, aunque se entremezclen con algún esqueleto de los bombardeos de la OTAN-, Kosovo sólo ofrece a sus visitantes un pasillo anticuado en el Parlamento. La entrada de la Asamblea de Pristina aún está plagada de desconchones que dejan entrever los ladrillos y la parte reconstruida de cristal luce manchones de tinta roja de las protestas.
En condiciones desesperadas y acostumbrados a la protección internacional, los kosovares, también los de la minoría serbia, están más que dispuestos a aceptar los poderes de la Unión, tal vez incluso demasiado. «La UE está preparada para seguir trabajando con vosotros, pero nada será hecho en vuestro lugar», dijo Solana junto al presidente albanokosovar, Fatmi Sejdiu.
La satisfacción general de la parte albanokosovar era previsible, pero el español salió con una sonrisa de oreja a oreja tras un encuentro menos evidente en el edificio de enfrente, con la minoría serbia de Kosovo, la gran olvidada en el conflicto. Cuando el viernes Ahtisaari llegó a Pristina con su plan, los representantes serbios de Kosovo se negaron a reunirse con el finlandés. Ayer, más de una veintena de líderes políticos y religiosos aparecieron para encontrarse con el jefe de la diplomacia europea.
«Es una señal esperanzadora, aunque las decisiones las tome Belgrado», explicaba Cristina Gallach, la portavoz de Solana. Entre los que acudieron a la cita había numerosos alcaldes de ciudades serbokosovaras que, según el plan de Ahtisaari, tendrán un gran nivel de autonomía.
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