FEDERICO JIMÉNEZ LOSANTOS
La muerte de la hermana menor de la Princesa de Asturias plantea, en el fondo, el gran dilema de las monarquías contemporáneas: cómo compatibilizar la desigualdad con la igualdad, la vida diferente de las dinastías reinantes con la vida de la gente común y corriente que, por lógica vital y hasta cosmética, pasa a enriquecer o regenerar la sangre azul, tan roja como la de todos los demás. No sabemos aún si Erika Ortiz Rocasolano ha muerto accidentalmente o se ha suicidado, pero si sabemos que una muerte que podríamos llamar banal, sin más peculiaridades que las demás muertes de todos los días, se ha convertido en un gran circo mediático, porque los entierros siempre son populares, sobre todo si los deudos y familiares del muerto son famosos y poderosos.
No sabemos demasiado de Erika y, a decir verdad, tampoco nos importaba. Sin embargo, su temprana muerte la ha convertido fatalmente ya en carne de papel cuché, de teleprograma especial, de reportaje sepia tirando a amarillo. Es el destino de la gente corriente embarcada en una empresa tan poco corriente como la Monarquía. Es también el destino de una nación suicida, o sea, España, que se preocupa más por la muerte de una hermana de la Princesa de Asturias que por el Estatuto de Cataluña, que liquida el Estado constitucional y cercena drásticamente a la Nación. Al cabo, el Estatuto, de creer lo que dijo, no lo había leído ni Pérez Tremps, que lo había escrito. A lo mejor el Tribunal Constitucional se conmueve ante el caso de Erika Ortiz. Quién sabe.
Desde la psicología de las masas estudiada hace casi un siglo por Freud o desde su admirable psicopatología de la vida cotidiana hemos avanzado mucho en los usos democráticos, al menos en Occidente, pero seguimos sin saber nada sobre los mecanismos irracionales, intuitivos, sentimentales que gobiernan estas reacciones incomprensibles y, sin embargo, adivinables en las muchedumbres que, en uso de su libertad, se abonan a los atavismos más irracionales. ¿Por qué nos impresiona tanto la muerte de una persona corriente? Pues porque o es familia nuestra o no es corriente. No lo era ya Erika Ortiz, no podía serlo aunque hubiese querido. Pero quizás la última rebelión del pueblo contra el Poder es cultivar la muerte como la gran igualadora, la radical democratizadora de una vida poco compasiva con tantos. En sus Coplas dice Jorge Manrique: «En llegados son iguales / los que viben por sus manos / e los ricos». No era rica la pobre Erika Ortiz, que en paz descanse, pero va a tener entierro de rica. Ya no era pobre, aunque supongo que no tenía dinero. Ya era una corriente diferente, más o menos como todos. Supongo que nos interesa porque era casi como los demás.
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