Jueves, 8 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6262.
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La pálida muerte llama con el mismo pie a las chozas de los pobres que a los palacios de los reyes (Horacio)
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LOS PLACERES Y LOS DIAS
Color de pan y víctima
FRANCISCO UMBRAL

La bandera española es amarilla de pan y roja de la sangre de las víctimas. La bandera española se origina por armonización de los colores del pan y de las víctimas, que nunca faltan en España. La bandera y el himno nacionales son los dos fetiches de nuestro patriotismo, que siempre perfuma desde algún arcón de la casa. Aprendimos esta bandera a costa de Don José María Pemán, que era un poeta irónico y siempre le ponía un poco de humor y de buena fe a sus inventos religiosos. La música del himno hace asomar a Don Manuel de Falla, que se refugió en su campiña andaluza para meterle un poco de soledad y de tristeza a su música siempre autobiográfica y humanísima, demasiado humana.

A pesar de todo, a pesar de estos dos hombres doloridos y soñadores, la bandera española ha sido siempre un instrumento de la derecha para reunir beatas y oradores. Ahora que estamos respirando un clima de señora erguida y caballeros históricos, la izquierda parece haber descubierto que Pemán y Falla también sirven para hacer mítines, sermones y oraciones. Todo es poco para esta izquierda impaciente, de modo que la sonrisa del pan y la sangre de las víctimas se ha visto incluso en las manifestaciones rebeldes. Unos y otros, conservadores y renovadores, tienen derecho, perfecto derecho a utilizar este relámpago de tela y lejanía. Todos menos aquellos que guardan en su pasado más conocido nacionalismos violentos y amores a contracorriente, que también son unos y otros.

Con su deliciosa desmemoria toda la clase política saca alguna vez la bandera y no para prenderle fuego, como era de esperar, sino para hipnotizar a las multitudes, que ya no saben para dónde mirar.

En toda crisis electoral, como la presente, arrecia la gracia de una bandera que usábamos ya en el colegio y que perfuma a tarde adolescente y muy española. Cuando entramos en estas crisis el abuelo saca hasta los banderines, ese patriotismo en diminutivo que alude tanto a la brevedad de nuestro amor como a la intimidad de los amores con bandera.

El banderín es un guiño que le hace el español chi- co al español grande para asegurarse una sonrisa de amistad en lo venidero y un crucero patriótico al día siguiente de las votaciones. La movida nacional que consagra estas cosas desde el otro lado viene en multitud des- de los sujetadores beligerantes a los tangas avanzados. Quiere decirse que la mujer no mueve nada si la manifestación no lleva un punto de pecado y picardía que se puede traducir en matrimonio incluso como pareja de hecho.

No sabría uno decir si estas frivolizaciones de la bandera van a favor o en contra de la izquierda o la derecha. De momento nos quedamos en este reciente descubrimiento de la bandera como síntoma español de que trapos e himnos han rebautizado España como decoración y redescubrimiento de la entraña nacional que sigue viva, pecadora y alegre en la tripa de los curas y de los bancos. Las minas fuertes de la superstición y del dinero. Son los engranajes durísimos del oro, la verbena de la Bolsa donde más luce la calderilla plural y plateada de la alegre propina que es España. O sea.

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