Mientras unos suspiran porque les visite la inspiración, Narcís Comadira (Girona, 1942) prefiere marcar distancias. Dice que es una señora voluble y que, como todas las mujeres, «te hace caso cuando la frenas». Sin embargo, y como las mujeres, la inspiración insiste hasta que consigue lo que quiere. Y aquella palabra acaba convertida en lastre; sólo deja de pesar cuando se suelta en un poema.
Toda musa merece un canto, y Comadira ha sido directo en su último título: Llast (Edicions 62) hace referencia a esa lírica pesada que molesta al autor durante cinco años. Ése es el tiempo que deja entre libro y libro, como recordó ayer el editor Xavier Folch. Luego, libera sus versos. Para poder seguir escribiendo.
Dividido en tres partes, el volumen recoge poemas que Comadira hizo por encargo, además de traducciones de Horacio, Catulo y Jacopone da Todi. Así, junto a una composición nupcial que el autor dedicó a su ahijado suena la oda del libro III de Horacio, por ejemplo; y tras unas palabras dedicadas al hijo dormido de Francesc Parecerisas brotan otras, de raíces clásicas.
Sin intención preliminar pero con buenos resultados, Comadira demuestra que un poema encargado es capaz de conmover a quienes no eran sus destinatarios. «Me consta que otra composición nupcial que hice se recita en ceremonias laicas», y sonríe: «Lo malo es que cambian el mes, y con eso se cargan la métrica».
Pero si algo queda claro en su obra es que la poesía es «un diálogo con los muertos; una manera de darles voz». No sólo en Ressons, también en los demás textos de Llast, puede oírse el eco de versos pasados. Sobre todo de Leopardi, con quien Comadira estuvo «durmiendo durante los 20 años» que se dedicó a traducir su obra. «Y ésa es la función de la literatura, volver a decir lo que ya está dicho», apuntó el autor: «Nuestra literatura tiene tantos agujeros que sólo podemos rellenarlos mediante la cita». Relecturas, versiones, miradas, incluso el reto de convertir la rima latina del Stabat Mater en canción católica catalana respetando la melodía original, estructuran este libro. Que no lo fue hasta que su autor entendió su orden.
Al releer lo escrito desde que publicó El arte de la fuga, Comadira supo que había un modo para que ideas aparentemente dispersas formaran una unidad. En Tumult, las palabras se apilan en su cerebro. En La vida, permanece en el centro de la nada de su país. En L'arbre i el nen, busca con ellos el modo de crecer.Y en Llast, que no quiere ser el poema estructural del libro, pero que lo explica, escribe que nació en invierno de 1942. Y que la adolescencia es un lastre del recuerdo.
El poemario se cierra antes que el libro con El somni, lugar donde la realidad no pesa. Y donde la inspiración vence siempre y convence. Con la palabra.