En l'Espai E-ART conviven 11 artistas emergentes. Y el público no sólo puede hablar con ellos, sino que con la actividad Entre-Veure puede entrar en algunos de sus talleres. Los artistas, además, invitan al espectador a dejar de serlo y a tener una experiencia práctica de un proceso de creación similar o paralelo al de su obra. Es decir, incitan a los visitantes a crear y a cuestionarse la realidad.

Demasiado a menudo, la figura del artista se envuelve en una neblina de misticismo, en un aura de grandeza que lo aleja de los simples mortales como si fuese un demiurgo o un visionario.Pero nada más lejos de la realidad: hoy en día, con la extensión de los medios tecnológicos, cualquiera puede ser artista. Y en E-ART intentan acercar su figura al público para que deje de ser un misterioso desconocido. «Hacemos de mediadores entre la creación contemporánea y el público», explica Víctor Lobo, coordinador del espacio.

Pero su mediación es mucho más amplia. Porque uno de los objetivos últimos de la asociación E-ART consiste en educar a través del arte. Educar a todos los niveles: desde la escuela, pasando por la universidad o por los amantes del arte en general. Y esta peculiar asociación lleva haciéndolo desde 1993, pero no sería hasta 2004 cuando abriera el Espai E-ART en pleno barrio de Gràcia (en la calle Torrijos, frente al cine Verdi Park). Este espacio es a la vez un centro de producción, difusión y educación de arte contemporáneo. ¿Cómo se relacionan estos tres aspectos?

E-ART proporciona aquello que más necesitan los jóvenes creadores en Barcelona: un espacio para desarrollar su obra. Los artistas residentes representan la misma variedad y pluralidad que las disciplinas del arte contemporáneo, cada vez más diluidas y mezcladas en una misma paleta: la artista plástica Montse Vives, el músico Christopher Williams (es compositor, contrabajista y escritor), el diseñador gráfico Jordi Ferreiro (trabaja con el multimedia conceptos como la forma, la luz y el color), el realizador y montador de documentales Aymar del Amo, la ilustradora Neus Bruguera o el escritor y poeta Ramon Andrés son algunos de los ocupantes de los talleres.

Las distancias entre artista y público también se acortan en la sala de exposiciones. Porque en ella el espectador no ve una obra terminada, sino que puede participar en ella (y no sólo a través de la reflexión obligada, sino de la acción). Y aquí interviene la educación, a través de actividades y cursos pensados para que el público haga lo que un artista: cuestionarse y replantearse el mundo. Cualquiera puede -y debería- hacerlo, desde los grupos de escolares a los adultos estresados de la metrópolis. A veces conviene tomarse un respiro de la ciudad, pensar en ideas abstractas y experimentar el arte en la propia conciencia. Y el local de E-ART, escondido en las intrincadas callejuelas de uno de los barrios más alternativos, es un buen lugar para hacerlo.

La muestra actual, Distàncies focals, incita a una reflexión sobre la fotografía y sus usos, la imagen entendida como objeto y metáfora, como memoria y lastre. La sala se transforma en El despacho de la memoria perdida con la intervención del artista alemán Thomas Engelbert. Una colección de imágenes ya amarillentas (son instantáneas encontradas y recuperadas en las calles de Barcelona) cuelga de las paredes abriendo una peculiar galería de desconocidos. Decenas de rostros de otras épocas miran al visitante, que puede adoptar la imagen que decida (con selección del marco incluida) fotografiándose a su lado. De este modo, una nueva imagen rescata del olvido a la que alguien deshechó en su día. Las fotografías del público pasan a engrosar los muros de la exposición y a formar parte de ella.

Las fotografías no mueren si no se las destruye. Y eso es lo que plantea la artista Conxa Alonso en la contrapropuesta de Distàncies focals: desterrar aquello que ya no significa nada y romperlo. Alonso invita al espectador a mirarse a sí mismo a través de las imágenes que ha guardado. De ese montón de papeles tiene que seleccionar uno, ponerlo en un sobre dirigido a Conxa Alonso y hacérselo llegar a E-ART para que lo destruya. Eso sí, después de haberse planteado ciertas cuestiones. ¿Las fotografías ayudan a recordar o lo impiden? ¿Acaso muchos viajes no acaban evocándose sólo por el álbum de fotos de rigor? ¿Y hasta qué punto se recuerdan los momentos ya vividos por uno mismo o por los objetos que le rodean?

En E-ART creen en la pregunta como estímulo e intentan que el público encuentre sus propias respuestas.