Viernes, 9 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6263.
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TEATRO
Del 'Jukebox' a Lulú y Genet
Es obstinado, y mucho. roberto g. alonso cree que la danza puede contar historias. Él lleva 12 años explicando cuentos en movimiento a través de personajes literarios prestados de maestros como Genet o Wedekind. también ha tomado a almodóvar como referencia.y se atreve con el público infantil
VANESSA GRAELL

Su pasión por la danza se despertó frente a un jukebox. Tenía la edad en que Truman Capote escribió sus primeros relatos, ocho años. En los bares de Salamanca, el pequeño Roberto escogía canciones de las máquinas tocadiscos y bailaba durante horas. Estaba a cargo de su hermana mayor y salía con su grupo de amigos, que solían darle duros para el jukebox.

La danza era lo suyo, lo tenía claro. Tanto que a los 12 años empezó a tomar clases en una academia de Tarragona. Al mudarse de la capital también trasladó su afición con los jukebox a los bares de playa y los chiringuitos de verano. En aquella época no era muy habitual que un niño hiciera danza: «Durante muchos años fui el único», recuerda Roberto G. Alonso, convertido en coreógrafo con compañía propia.

Entonces no era fácil decir que de mayor quería ser bailarín.«Ahora tampoco lo es pero las cosas han cambiado un poco», señala.Como el «futuro de la danza es muy incierto» y siguiendo el consejo materno, decidió estudiar una carrera: Historia del Arte. Y vino a la Universitat de Barcelona. Durante varios años compaginó los estudios de arte con los de teatro (una época especialmente dura cuando se sacó el carnet de conducir, recuerda con alivio), pero sus prioridades eran el Institut del Teatre -ahora, en vez de alumno es profesor- y la danza.

Siendo estudiante fue al cine a ver La ley del deseo de Pedro Almodóvar. La película le impactó tanto que decidió adaptarla en forma de coreografía. «El eje es una historia de amor y la anécdota es que se produce entre dos hombres, importa la relación en sí y no el hecho homosexual», explica. Quiso reflejar aquello que le impresionó en el cine a través del lenguaje que mejor dominaba, la danza. Con su ópera prima, No me dejes, fue consciente del potencial de la danza para contar historias. Esta concepción más allá del movimiento abstracto y la evocación de sensaciones impregnaría todos sus montajes, aunque a menudo también le ha enfrentado al sector más purista del teatro y los programadores.

Roberto G. suele trabajar con dramaturgos y directores de escena porque la teatralidad y la narratividad forman parte de su lenguaje coreográfico. Fusiona los dos mundos, si es que tienen que estar separados.

Para Roberto G. la danza puede tener un hilo conductor y explicar lo que sucede en el día a día, contener conversaciones e historias vividas Por eso, le gusta autodefinirse como un «cuentacuentos».Y es que la danza tiene mucho que decir y lo puede hacer de muchas maneras, incluso parodiando culebrones. Els hereus del raïm pansit es una coreografía corta sobre los seriales televisivos. En 1993 estaba de moda Falcon Crest y después vino Nissaga de poder, dos intrincadas sagas familiares relacionadas con viñedos (de ahí la rareza del título de la coreo).

Roberto G. inició su aventura más personal en 1995, cuando fundó su propia compañía. Una aventura que celebró en enero con la fiesta 10+2, un resumen emotivo de sus 12 años de trayectoria.A sus espaldas, Roberto G. ha dejado espectáculos de calle, infantiles, obras de gran y pequeño formato, musicales e incluso óperas.

Es con el nuevo milenio y de la mano de Lulú cuando Roberto G.encuentra una línea a seguir. Esta vez no fue una película o la televisión lo que le inspiró, fue un libro: La caja de Pandora de Wedekind, con la fascinante Lulú como protagonista. Lulú, primera nit marcaría un punto de inflexión y abriría una trilogía -aún inconclusa- sobre el sexo y la literatura.

Después se hundiría en un universo de personajes marginales: homosexuales, travestis, ladrones, asesinos, prostitutas y chaperos.Y, esta vez, sería de la mano del escritor maldito Jean Genet.Roberto G. confiesa que se ha quedado con ganas de seguir profundizando en la obra de Genet, un autor inacabable que no deja de plantearle retos, por eso su próximo espectáculo girará en torno a alguna novela del francés, aunque aún no sabe «ni dónde ni cómo».

Muy lejos de Genet están sus escarceos por el teatro infantil, una línea más de la compañía. Aunque Roberto G. va un poco más allá de lo habitual: los espectáculos para niños suelen encasillarse en una determinada disciplina y en temas inocuos, pero él mezcla texto, música, vídeo y se atreve a tratar problemas como la droga.«No haré un espectáculo infantil sexista en el que las niñas tengan que casarse con un príncipe azul y su máxima expectativa sea que las salven. Para eso ya está Disney», considera este atípico coreógrafo.

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