LETICIA BLANCO
La Fundació Joan Miró encargó el año pasado a la joven Carolina Saquel una obra que reflexionara sobre el artista catalán. «Menudo desafío», pensó esta chilena afincada en París, que en aquel momento seguramente hubiera preferido que le hubieran encargado un trabajo sobre Bacon o Hopper, dos de sus artistas favoritos.«Nunca antes había entrado en profundidad en su obra, y tenía una imagen de él mucho más ligera y superficial de lo que es, como casi todo el mundo», admite.
Carolina viajó a Barcelona en verano y se zambulló en los interminables archivos del depósito de la fundación, donde no sólo guardan y cuidan su obra gráfica, sino también sus abundantes escritos, pequeñas notas y ensayos. Y lo que descubrió Carolina fue un artista que, pese al aire entre naïf y despreocupado, casi improvisado, que desprenden sus obras, era un hombre extremadamente disciplinado, que nunca dejaba nada al azar, con una visión del arte casi mística.«Miró se levantaba a las 7 de la mañana, trabajaba hasta las 12 y sólo paraba para alomorzar algo. Comía muy poco, era medio asceta. Estaba completamente consagrado a su trabajo como artista.De 2 a 3 conversaba con sus amigos, practicaba unos minutos de boxeo cada día para mantenerse en forma y volvía al trabajo.En épocas en las que atravesó penurias económicas, llegó a tener alucinaciones a causa del hambre. Pero él explica que las aprovechaba para su obra. Era extremadamente crítico consigo mismo», explica.
Carolina fue seleccionada entre los alumnos del prestigioso instituto parisino Le Fresnoy. Lleva afincada en la ciudad de la luz desde 2003 tras estudiar y ejercer Derecho durante varios años en Chile.«Ahora comprendo el Derecho mucho mejor que antes», bromea, mientras explica que aunque París ha dejado de ser el centro del arte mundial («ya lo fue durante muchos años, quizá por eso el sistema cultural es tan endogámico y conservador», apostilla), Francia sigue siendo uno de los mejores países para desarrollarse artísticamente.
En el ciclo Pigmentos y píxeles, artistas jóvenes en teoría familiarizados con lenguajes contemporáneos y la digitalización de imagen y sonido se confrontan con la pintura y el dibujo. Ella ha preparado una instalación de tres vídeos en forma de loop con imágenes de la naturaleza desde diferentes perspectivas. Ayer se inauguró y lleva como título La catástrofe es amarilla, donde el protagonista es un frondoso muro recubierto de una espesa y verde hiedra (que a ratos parece el fondo del mar).
Escuchándola hablar, nuevos ángulos de Miró parecen salir a la luz: «Me llamó mucho la atención la relación de lo móvil y lo inmóvil en su obra. Encontrar lo móvil en lo inmóvil tiene su parte perturbadora, y eso es algo que surge gracias a su espíritu observador, casi oriental, de lo cotidiano. No hay nada especial en lo cotidiano, pero Miró siempre encuentra algo extraño y desconocido en esa cotidianedad».
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