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Ser independiente es cosa de una pequeña minoría, es el privilegio de los fuertes (Friedrich Nietzsche) |
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BULEVAR |
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La telefonía perversa |
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CRISTINA PERI ROSSI
Como todo el mundo, tengo un móvil. Sencillito: no hace fotografías, ni canta melodías originales, no lo uso para acceder a Internet, ni para bajar juegos. Lo empleo para lo que se supone fue inventado el teléfono: para hablar. Y tengo un contrato con una de las compañías más poderosas de España: Vodafone. Hablo poco, aunque envío muchos mensajes y raramente consigo que la factura baje de los cien euros mensuales, pero soy demasiado perezosa como para leerme todos los planes que hay y encontrar alguno más barato, y demasiado desconfiada para creerme que ésta o cualquier otra compañía tienen algún objetivo que no sea el máximo beneficio.Pero desde que el gobierno anunció que tenían que suprimir el redondeo a partir del uno de marzo y cobrar por los segundos efectivamente hablados, no consigo mantener una conversación completa sin que, misteriosamente, la llamada se corte, por lo cual, debo reiniciarla, con el coste añadido de la nueva conexión.De modo que hablar cinco minutos con alguien se convierte, en realidad, en hablar dos o tres veces, más el agregado de los minutos que gastamos ambas interlocutoras en comprobar el desaguisado.Llamo a una amiga. Le estoy contando que fui al médico. «Me dijo que suprimiera » La llamada se corta. Vuelvo a discar. Ahora ella está comunicando, posiblemente intentando hablar conmigo.Cuando conseguimos conectar otra vez, dice «¿Qué te ha pasado? ¿Cortaste?» «No fui yo. ¿No habrás sido tú?», le pregunto. «Yo, no. De pronto dejé de oir tu voz», continúa. «Hace varios días que me ocurre lo mismo», observo. «Son las compañías. Deben cortar las llamadas para recuperar el redondeo y encima, como la conexión va a costar más cara, se forrarán», dice. «Estoy un poco cansada de que toda la gente deshonesta de este mundo se forre -comento-.Es irritante y per » La llamada vuelve a cortarse. Con gran resignación, insisto. «¿Qué me decías?» pregunta. «Nada -respondo-. Creo que todo esto es un poco perverso», agrego. «Ya he gastado tres conexiones y no he conseguido decirte todavía que el médico me aconsejó que suprimiera el medicamento que me había recetado por los efectos secund». La llamada vuelve a cortarse. Ahora, indignada, llamo a la compañía. Una voz femenina, metálica, como grabada, me dice: «Soy Maricruz ¿en qué puedo servirla?».
Le cuento lo que me está ocurriendo desde hace días. Como si tuviera la lección perfectamente aprendida, Maricruz me responde: «Posiblemente ha estado hablando desde un lugar con escasa cobertura».¿Cobertura? ¿Qué cobertura tengo contra la compañía? Ninguna.Calculo: tres conexiones, en lugar de una, son veinticuatro centavos de más para la compañía y de menos para mí. Si multiplico la cantidad por los miles y miles de desprotegidos usuarios que caemos en la trampa, la compañía se ha forrado mucho antes de que el decreto del uno de marzo entre en vigor. Pero yo debo de ser una perversa: ¿qué compañía iba a hacer eso? Todos honrados, todos forrados.
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