Un estudiante hispano es sodomizado y golpeado brutalmente en Houston a los gritos de «¡Poder blanco!». Una familia de salvadoreños es recibida en Kentucky con una cruz ardiendo en el patio de su nueva casa. Varios miembros encapuchados del Ku Klux Klan (KKK) se manifiestan a la luz del día en Alabama coreando la consigna «¡Acabemos con los mexicanos!». Escenas bien recientes, del año 2006, que han servido para recordar que el grupo racista estadounidense sigue vivo.
Según un reciente informe de la Liga Antidifamación (ADL), las actividades del KKK han aumentado un 63% en los últimos seis años y han encauzado su odio hacia los hispanos. «El debate sobre la inmigración ha servido para reactivar a los grupos de extrema derecha y para propiciar la resurrección del Klan en al menos 19 estados», declara a EL MUNDO Deborah M. Lauter, directora de Derechos Civiles de la ADL. «Históricamente, el Ku Klux Klan se reinventa a sí mismo y dirige su odio contra un grupo específico de inmigrantes. En el pasado, los irlandeses y los judíos fueron sus víctimas. Durante la época de los derechos civiles, como en la era de la Reconstrucción del sur, fueron los afroamericanos. Ahora parece que la ira está dirigida contra los inmigrantes hispanos», señala Lauter.
La portavoz de la Liga Antidifamación admite que «el clima creado durante el debate sobre la inmigración y la retórica usada por algunos políticos y algunos medios de comunicación» pueden haber contribuido indirectamente a los brotes de hispanofobia. «El odio al inmigrante ha servido sin duda de aglutinante, pero también ha pesado mucho la existencia de líderes notorios como Ray Larsen y Dale Fox, que han contribuido al relanzamiento del KKK cuando todos la consideraban como un vestigio moribundo de otros tiempos», añade Lauter.
Se calcula que hoy en día existen unos 8.000 miembros distribuidos en 150 klaverns o grupos locales en EEUU, con ramificaciones que van desde el profundo sur hasta Ohio o Iowa, trepando por la costa este hasta Nueva Jersey y Pensilvania. Las manifestaciones antiinmigración de otros grupos de la ultraderecha neonazi, como Vanguardia Nacional o Revolución Blanca, se han propagado en el último año hasta los estados de Washington y New Hampshire. Sin embargo, el informe no ha encontrado un vínculo directo entre las actividades del KKK y los minutemen, los voluntarios armados que patrullan la frontera en Arizona y California.
La cuna del grupo racista -Alabama, Georgia, Tennessee, Arkansas, Luisiana, Carolina del Sur- ha asistido a un inusitado despuntar de las movilizaciones racistas en los últimos meses. El cónclave más notorio de encapuchados se celebró en mayo del año pasado en Russellville, Alabama, auspiciado por el cabecilla de la Iglesia Nacional de los Caballeros del KKK, Ray Larsen. El acto, al que acudió medio centenar de simpatizantes, concluyó con la quema de una cruz y con el despliegue de una pancarta a favor de la «eliminación» de los mexicanos.
Además, en pleno debate sobre la inmigración hubo brotes de racismo como el ocurrido el 22 de abril del 2006, cuando dos jóvenes vinculados a grupos neonazis sodomizaron con un tubo de plástico y golpearon a un adolescente hispano que estudiaba en un instituto de Houston, mientras que, el 26 de abril, en Greenville (Carolina del Sur), un grupúsculo de ultraderecha quemó en público varias banderas mexicanas y recorrió las calles del pueblo con una pancarta: «Traed las tropas a casa y mandadlas a la frontera». Tres días más tarde, en East Hampton, Nueva York, fue detenido un joven neonazi que amenazó con un machete y una sierra eléctrica a un compañero hispano de su instituto.
«Lo máximo que podemos hacer es sacar a la luz los abusos y seguir vigilantes», sostiene Lauter, que confía en algún tipo de reacción política. Lisa Navarrete, vicepresidenta del Consejo Nacional de la Raza, ha admitido a la CNN su preocupación: «Llevo muchos años trabajando por nuestros derechos y nunca he percibido una atmósfera tan venenosa».