En la Avenida Madre Teresa, donde los kosovares cuelgan las fotos de los desaparecidos en la guerra como protesta cada vez que reciben la visita de algún europeo célebre, cientos de jóvenes pasean sin rumbo fijo. Algunos esperan de pie, en grupitos, y miran fijamente el vaivén de coches de Naciones Unidas y de la Unión Europea (UE). Sólo unos pocos venden móviles extendidos en mesas de plástico.
El muecín que llama al rezo ya pasó y la mayoría tiene poco que hacer en una ciudad donde casi la mitad de la población más joven de Europa -la media de edad ronda los 22- está en paro. El empleo en la provincia de mayoría albanesa que tanto empeño tiene en separarse de Serbia depende casi exclusivamente de Naciones Unidas, encargada del protectorado desde 1999 y que ahora, si se aprueba la independencia, dejará paso a la UE, la sustituta para cuidar del deseado Estado.
En la calle comercial no hay Zaras, ni McDonald's, ni hoteles Intercontinental ni ninguna cadena de las que han sido capaces de llegar hasta casi cualquier esquina del mundo y que viven cómodamente en la suntuosa Belgrado. Pristina es aún el reducto de la vieja Yugoslavia comunista y, aunque ya han empezado las privatizaciones en Kosovo, se estima que su PIB no crecerá en los próximos siete años.
Fuera de Naciones Unidas, el trabajo depende de los negocios, poco claros, con los vecinos del sur. «Hasta los políticos tienen chanchullos con la mafia albanesa», explica un observador europeo. «Por eso, ellos han sabido explotar muy bien el conflicto étnico. La gente no tiene miedo de vivir al lado de un serbio, sino de vivir al lado de un mafioso. El crimen es ahora el verdadero problema».
Esos jóvenes que vagabundean suelen hablar inglés y alemán, dada la fuerte inmigración de los 90 hacia Europa Occidental, y están preparados, pero han crecido en una cultura con poco sentido de la Ley. «Necesitamos desarrollar un Estado de Derecho, donde la gente se atreva a invertir», reconoce Veton Elshani, un portavoz de la policía de 31 años que quiere que la UE tenga poderes ejecutivos para controlar el futuro país.
Él, como casi todos, da por hecho que la independencia ya es una realidad. «Nunca hemos estado tan cerca, ahora los políticos tienen sólo que estarse tranquilos para evitar la violencia», explica el agente, mientras señala una pintada azul en un esqueleto de edificio bombardeado por la OTAN que dice, en albanés, «érase una vez el Ministerio de Interior».
Miembros de las fuerzas internacionales que llevan años protegiendo la provincia dudan de que los kosovares sean capaces de autogestionarse y la UE ya se mentaliza para un despliegue que puede durar décadas. «Anteponen el corto plazo al medio, el interés individual al colectivo. La cultura es muy egoísta: no creo que estén preparados ni para organizar la recogida de basuras», cuenta uno de los expertos que ha vivido de cerca la evolución de Pristina.
Las zonas más ricas de Kosovo siguen siendo el Norte, donde se concentran las ciudades de población serbia, de cuyos salarios y pensiones se encarga Belgrado, y el pequeño enclave serbio del Sur, con una estación de esquí. Javier Solana -entusiasmado con su encuentro el miércoles con 25 líderes serbokosovares que fueron a verle tras su negativa a ver al enviado de la ONU, Martti Ahtisaari- señala en un mapa las zonas serbias, donde la independencia, si se aprueba en Naciones Unidas, será muy probablemente impuesta.
Interrogado en vuelo entre Belgrado y Bruselas sobre si en algún escenario el Gobierno de Belgrado aceptará la independencia de Pristina, el jefe de Política Exterior de la UE reconoce: «No lo creo. De momento, las posiciones están muy lejos... Al final, será una resolución de la ONU la que decida».
Pero, al menos, los serbios están dispuestos a hablar con Ahtisaari y los albanokosovares. Tras la visita de Solana, el presidente, Boris Tadic, ha contactado con el finlandés para aceptar un encuentro en Viena pocos días después de la constitución del Parlamento serbio, prevista para el lunes o el martes. «Hemos creado una dinámica para que los serbios vayan más rápido», explica Solana, contento de que al menos no haya que esperar a la formación del nuevo Gobierno de coalición de Belgrado, que se podría retrasar hasta abril.
Los kosovares, impacientes, no quieren más esperas. Pero, cuando se divorcien de los serbios y llegue la UE como nueva protectora, deberán contestar a una pregunta, a veces, aterradora: ¿Y ahora qué?