Se ríen, se ríen los etarras tras los cristales blindados de la Audiencia. Se abrazan, se regocijan, se felicitan. Patean, además, los vidrios, desafían a los agentes, insultan gravemente al tribunal. Dan muestras, en fin, de su profundo arrepentimiento. Se merecen, se merecen las deferencias con que les distingue Zapatero.
Vivimos la burla del Estado de Derecho. Eta se permite cachondearse del presidente por accidente y, tras la barbarie de la T-4, tomó medida de la debilidad del Gobierno y abofeteó a las instituciones afirmando que el «proceso de paz», es decir, el proceso de rendición del Estado español, continúa pero que el alto el fuego permanente no es incompatible con hacer fuego cuando la banda lo estime conveniente. Y Zapatero, que acepta el trato de tú a tú con los etarras y que, además, internacionaliza el conflicto, cumpliendo así con uno de los compromisos contraídos con los terroristas.
La sabia política de Aznar y su «Pacto por las libertades y contra el terrorismo» acorraló a Eta contra las cuerdas del cuadrilátero nacional. En 2004, la banda estaba moribunda. No mataba porque no podía. Lo intentó varias veces y fracasó. Zapatero, con una frivolidad sin precedentes, prestó un balón de oxígeno a los terroristas y resucitó a Eta.
Batasuna, el brazo político de la banda terrorista, estaba escondida, atribulada; la kale borroka desaparecida. El acoso de la policía, la firmeza de la Justicia, la acción del Gobierno Aznar fuera y dentro de España, habían reducido la actividad etarra a la mínima expresión. Ahora, Batasuna se ha crecido. Vive en el clamor de la propaganda y la parafernalia circense. Es uno de los ejes de la política nacional. Otegui ocupa espacios preferentes en la televisión, tanto o más que los líderes de los grandes partidos. La kale borroka campa por sus respetos. Se permite, incluso, torear a las fuerzas de seguridad cuando el Supremo ordena la detención de sus miembros, que se entregan cuando les da la gana tras un acto de propaganda etarra, abrazados por sus partidarios, convertidos en héroes anticipados de lo que creen que va a venir.
Y el Gobierno, sordo a las manifestaciones multitudinarias, sigue negociando bajo cuerda con los que se cachondean de Zapatero y del Estado de Derecho. El presidente sonrisas continuará afirmando que el Partido Popular debe entrar en el redil de su política de rendición porque eso es lo que ha hecho siempre la oposición: estar con el Gobierno en materia terrorista. Y no. La oposición ni podía estar ni estuvo al lado del Gobierno en el crimen de Estado, en la aventura Gal. Tampoco puede estar al lado del proceso de rendición emprendido por Zapatero, cuando una Eta, crecida y altiva, responde al incumplimiento de algunos de los compromisos contraídos bajo cuerda con el Gobierno desencadenando la salvajada de Barajas.
La legislatura, en fin, está agotada. Zapatero, tras el fracaso de su política sobre terrorismo, tras el bombazo de Barajas, debió dimitir. No lo ha hecho. El bien común de los españoles exige que convoque elecciones generales cuanto antes.
Luis María Anson es miembro de la Real Academia Española