Viernes, 9 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6263.
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 OPINION
VICIOS DE LA CORTE
La carraca
RAUL DEL POZO

En estos días de luto, lluvia y llanto, como en las comedias de polichinelas, la tragedia también ha subido a los palacios. Los cielos se inflaman a la muerte de los príncipes. El entierro en Tres Cantos, fue modesto, popular, emocionante. Se rezó un responso. Nadie cantó a la Cenicienta lo que Elton John cantó a la Rosa de Inglaterra: «Ahora estás en el cielo y las estrellas cantan tu nombre». Erika Ortiz eligió el silencio para no apurar su juventud ni llegar a la sombría vejez. Su muerte, que ha abatido a millones de españoles de todas las clases, y el morbo que dispara, nos hace reflexionar sobre esa basura amarilla que recrea los ocios de los ciudadanos, horas y horas, en la sobremesa y en los fines de semana. ¿Estamos enfermos de mendacidad y de maledicencia?

Después de la Revolución Industrial surgió el miedo a los periódicos. El pánico a lo que murmuraran los vecinos disminuyó, pero surgió otro miedo terrorífico. «Cuando un periódico» -escribió Bertrand Rusell- «elige una persona inofensiva para hacer de ella una víctima propiciatoria, los resultados pueden ser terribles». Entonces ya había gente que no tenía suficiente fuerza interior para aguantar; el miedo se multiplicó por mil en la sociedad de la información donde una carraca mediática persigue a la gente, como las hogueras a las brujas. Los focos y los flashes desuellan y por fin matan como hemos comprobado en los casos de Carmen Ordóñez y Rocío Jurado. Hoy el espanto circula por los blogs, las cloacas de la Red y por la televisión. La carraca es aún más estridente cuando se trata de la Familia Real.

A los náufragos de la sociedad de los satisfechos les fascinan las vidas de los reyes. El trono sigue embobando a los villanos. Los reyes ya no curan escrófulas, ya no protagonizan romances ni cruzadas, pero tienen un tenebroso encanto. La monarquía, en la sociedad mediática tiene share, se retransmite en directo. Además de la tiranía de la etiqueta debe someterse a la tiranía de los medios. Los monárquicos pata negra, que son cuatro, alertaron de los inconvenientes de mezclar la sangre azul con no profe-sionales del abolengo y el protocolo. De ahí la tradicional endogamia, el culto al linaje de la monarquía. «El Rey y la Reyna-decía el Rey Sabio- deven haber tales damas que hayan leche asaz, o sean bien acostumbradas e sanas, e hermosas, e de buen linaje, e de buenas costumbres». Esa selección del pedigree acabó en hemofilia. Los dientes de la carraca mediática levantan las lengüetas y el sonido es pavoroso. La libertad, ese ácido sulfúrico, abrasa, pero la jerga del Estado no es el lenguaje de la libertad. Hasta en los evangelios y en las parábolas se dice que no hay nada oculto que no deba ser descubierto y que no se enciende la lámpara para ponerla debajo del celemín.

La peor tiranía para los periodistas es la de la autocensura.

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