Sábado, 10 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6264.
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LA VISION DEL ESCRITOR / «La lucha policial no es la opción, el camino es agotar las vías de diálogo», propugna el autor de 'Obabakoak', quien asegura que «no es nada fácil para un escritor vasco andar por el mundo»
«ETA acabó hace tiempo y sólo falta ponerle el cierre»
Bernardo Atxaga recupera sus tres primeras novelas y da por concluida una etapa en la que reflexionó sobre su generación
EMMA RODRIGUEZ

MADRID.- Bernardo Atxaga utiliza la imagen de una mina para explicar que da por terminada una etapa creativa. «Observo con tranquilidad esa mina en la que entré y que fui construyendo a través de mi vida y la de mis compañeros de escuela, y me doy cuenta de que se ha agotado, de que ese mundo íntimo que sigue vivo en mí ya no tiene la suficiente fuerza para seguir siendo contado».

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Ese mundo al que se refiere es el de Obabakoak, El hombre solo y Esos cielos, títulos que la editorial Alfaguara rescata ahora, tras publicar en 2003 la última historia del autor hasta el momento, El hijo del acordeonista, un libro que fue una especie de colofón, una última mirada a esa foto generacional, de colegio, que el autor ha mirado tantas veces buceando en los destinos, en los itinerarios personales de cada uno de sus miembros.

Ese ejercicio de mirar la foto ha bastado al autor para levantar -basándose en determinados episodios reales que han dado alas a su imaginación- la biografía de muchos de sus personajes. Y el lector tiene la impresión de que su paisaje del País Vasco, de la realidad vasca, se amplía cuando sigue, por ejemplo, los pasos del protagonista de El hombre solo, un ser que no es capaz de salir de la trampa que le tiende un pasado dominado por la lucha armada o de Irene (Esos cielos), una mujer que, por el contrario, tras cuatro años en la cárcel, emprende el camino de dejar atrás el activismo, la violencia.

«Irene me gusta especialmente porque representa la voluntad, el triunfo de la voluntad por encima de las dificultades, una virtud muy romántica que ahora se subraya poco», dice el escritor, reconociendo que ese mensaje se adapta muy bien a la confusa situación que se está viviendo en torno al truncado proceso de paz.

«Esos cielos es de mis novelas la que mejor expresa la crisis de ETA, la que mejor refleja esa idea que se tiene en el País Vasco de que algo ha acabado desde hace tiempo. ETA acabó hace tiempo y no se sabe muy bien cómo ponerle el cierre», señala el escritor. «Todos querríamos que estas historias acabaran limpiamente, cambiar su rumbo de un día para otro igual que hicieron los suecos cuando decidieron que ya era hora de conducir por la izquierda, y no por la derecha como en Inglaterra, pero no es así; hay que tener voluntad y aguantar un poco».

Bernardo Atxaga sí cree que las cosas han cambiado tras los meses de tregua. «Soy un ciudadano de a pie, como tantos vascos, que tiene la percepción de que en Batasuna se está manteniendo un profundo debate interno en la dirección de cerrar de una vez el capítulo de la violencia, de acabar con ETA. Y estoy convencido, como tantos otros vascos, de que la lucha policial no es la opción, de que no se puede volver a los últimos años de Aznar, tan duros, negativos, plomizos. El camino es agotar todas las vías del diálogo, culminar el camino iniciado por Zapatero».

Consciente de que la confusión mediática impide ahora mismo ver la luz al final del túnel -describe como «una tamborrada» todo el ruido en torno al proceso-, Bernardo Atxaga reivindica la literatura como un territorio para «la prudencia y para el análisis más sosegado». «Los medios imponen una lectura muy rápida de la realidad y ello conduce a muchas interpretaciones erróneas. La literatura permite pensar más lentamente, luchar contra los estereotipos, contra la cosificación del lenguaje».

«No es nada fácil para un escritor vasco andar por el mundo», señala, y se queda en silencio, meditando la reflexión. «Yo soy un individuo», se autorretrata, «que no sigue consignas ni consejos, y esto me ha convertido en un sujeto aislado, como tantos otros escritores vascos, que se mueven con la sensación de estar siendo vigilados, de que todo lo que viene del País Vasco se mira con lupa, con cierta malevolencia».

«La nuestra es una vieja historia: se nos pide que nos manifestemos contra ETA y cuando hace tres o cuatro años firmamos un manifiesto casi nadie se hizo eco. Se nos tilda de nacionalistas por escribir en nuestra lengua, y, mientras, asistimos a la batalla en torno a la permanencia de la ñ, que se erige en todo un símbolo...».

Tras aludir a la lectura rápida que imponen los medios y que lleva a continuas interpretaciones erróneas, Bernardo Atxaga reivindica la literatura como «el espacio de la prudencia, la reflexión, la mirada pausada sobre los acontecimientos».

«La literatura nos permite luchar contra los estereotipos, contra la cosificación del lenguaje, devolviendo a las palabras su poder para nombrar», afirma, y vuelve a mirar hacia atrás, hacia el papel sepia de la foto del colegio.

«Soy consciente, sí, de haber hecho un retrato generacional, de haberme centrado en esa parte de la vida que va de los años 20 a los 30, pero uno no puede evitar ser hijo de su tiempo y, además, todas las juventudes acaban pareciéndose», prosigue, aunque reconoce que los jóvenes de hoy tienen «el gran reto de hacerse un mundo propio en una sociedad que se dice globalizada.

«¡Qué palabra tan engañosa ésa de globalización cuando apenas sabemos nada de realidades como la de Corea, Armenia, Argelia...!», concluye, a modo de exclamación, Bernardo Atxaga.


Próximo objetivo... ¿Tarzán?

«Lo que percibo es que he andado mucho, que he hecho mucha carretera», dice Bernardo Atxaga cuando se le pregunta por una trayectoria atrapada en sus libros. El escritor rememora los tiempos de 'Obabakoak' y se maravilla de la fortaleza con la que acometió la traducción al castellano del libro que le abrió las puertas de la literatura en castellano tras alzarse con el Premio Nacional de Narrativa. Ríe cuando se ve a sí mismo en un hostal de Barcelona, trabajando a marchas forzadas en una traducción que acabó agotándole físicamente y reconoce que en esa novela tan metáforica, tan cargada de historias poéticas e imperecederas, están sus orígenes.

«'Obabakoak' es mi libro menos apegado a la realidad, el que está más por encima del suelo y, tal vez por eso, ha funcionado tan bien en todas partes», señala, adelantando a sus lectores que el humor que atraviesa la novela -«pero llevado a sus límites, mucho más negro»- será el alimento de sus nuevas creaciones.

«En estos momentos estoy trabajando en una novela corta que empieza con una joven a la que le gusta observar a los monos del zoológico, estoy intentado reflexionar, a través del humor negro, acerca de ciertos episodios crueles de la Historia». Atxaga también dijo ayer a Efe que su nuevo libro probablemente contará «una historia chusca de amor con el lenguaje épico de las crónicas de fútbol». Aún no sabe muy bien el tono final que tendrá la novela, pero sí que habrá en ella «chispazos humorísticos, sombríos a veces», dice el escritor, que tan sólo adelanta que desde que comenzó a escribir el libro se pasa las horas «con una muchacha a la que le gusta pensar sobre Tarzán y sobre los muslos de Tarzán».

«A mí me viene estupendamente una historia como ésta, me saca de mis propias preocupaciones; me saca de mí mismo y de mi país. Estoy por ahí flotando, pensando en la selva y en los monos», afirma el novelista, que incluso ha ido «a un zoológico de Francia sólo para tomar apuntes».

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