Solitarios aplausos y varios conatos de abucheo fue lo único que recogió ayer de los periodistas presentes en la 57ª Berlinale el considerado uno de los primeros platos fuertes del certamen, El buen alemán, de Steven Soderbergh.
Rodado con técnicas de hace más de 60 años y guiños evidentes a películas como Casablanca, Soderbergh explicó en la rueda de prensa que había buscado «interpretaciones más exteriorizadas». «Al estilo anterior a los Marlon Brando y James Dean», apuntó la actriz Cate Blanchett, que en la película da vida a una superviviente, la espectacular esposa de un oficial nazi de la que el protagonista, George Clooney, se había enamorado antes de la II Guerra Mundial.
Con un reparto de papeles entre malos y buenos que a ratos no lo son tanto, la película estadounidense venía precedida de malas críticas en su país de origen. A ello respondió ayer Soderbergh, que lucía una camiseta con la imagen del Ampelman, el muñeco de los semáforos del antiguo Berlín Este, más un escueto mensaje: «Tal vez en Europa se nos vea con más simpatías».
La oscarizada Blanchett, que también participa la Berlinale en el film a concurso Notes on a scandal, destacó que la forma de rodar la película -prácticamente en interiores, con una reproducción del aeropuerto de Tempelhof construido por Hitler- había sido muy diferente de la habitual, «con las cámaras muy cerca de los actores, que debían trabajar como en una obra de teatro».
La sorpresa llegó por la mañana con El año en que mis padres se fueron de vacaciones, producción del brasileño Cao Hamburger, hijo de un judío alemán berlinés que tuvo que huir del país por la guerra.
Hamburger desgrana una historia sencilla de iniciación a través de los ojos de Mauro, un niño de 12 años interpretado por Michel Joelsas, al que sus padres, militantes de izquierda, deben dejar deprisa y corriendo con su abuelo por tener que salir de vacaciones para no ser detenidos por los militares.
La fatalidad hace que su abuelo haya muerto ese mismo día y el crío, procedente de Belo Horizonte, deba emprender en Sao Paulo un largo viaje junto a un anciano vecino judío en una comunidad religiosa «pero no ortodoxa», aclara Hamburger, que se comunica en yidish pero vibra con los goles de Pelé al igual que el resto de brasileños. Sin excesivo sentimentalismo y con golpes de humor hasta en los momentos más difíciles, la película de Hamburger cuenta cómo el régimen autocrático «usó el fútbol para sus propios propósitos, pero falló porque el fútbol en Brasil es más fuerte que los gobiernos», apostilló el realizador nacido en 1962, y que ayer explicaba que «muchos de mi generación sentimos la necesidad de recordar ese pasado».
«Es una historia universal», subrayaba Hamburger, «un niño que tiene que sobrevivir prácticamente solo y que debe aprender a comunicarse con los demás. Algo quizás más importante que el tema político».
Pero lo importante para este director es que la cinta muestra que la sociedad brasileña es una mezcla de culturas, un modelo de vida en la que coexisten razas y religiones en paz. «En Brasil no tenemos racismo, hay muchos otros problemas, pero ése no», destacaba Hamburger, quien ayer expresaba su alegría por estar en Berlín, la tierra en la que nació su padre, judío no practicante, que acabó casándose con una brasileña procedente de la Italia católica.
Bajo un cielo berlinés que comenzaba a soltar su dosis diaria de copos de nieve, el certamen aún guardaba unos momentos de poesía con el filme coreano Soy un cyborg, pero no me importa, de Park Chan-wook, que había recibido un apoyo caluroso del director de la Berlinale, Dieter Kosslick y recogió los aplausos de la prensa que asistía a la proyección.
El escenario es un hospital psiquiátrico en el que una de las pacientes, Il-Soon, interpretada por la joven Young-goon, se niega a comer cualquier tipo de alimento al creerse un ser cibernético. Una historia de amor entre dos internos, al fin y al cabo, en el que la parte femenina se nutre de un enchufe y la masculina, Jung Ji-hoon, una famosa estrella de la canción en su país que juega el papel de un delincuente común, trata de convencerla por todos los medios para que coma mientras observa los males del resto de los enfermos.