Martes
García Capote, delirio asistido
La contribución que hizo el escritor norteamericano Truman Streckers Person a la literatura y al periodismo del siglo XX se oculta por los envidiosos. Desdeñan sus libros y se lanzan de cabeza a oxigenar la vida que eligió vivir Truman García Capote, un tipo que rompió a puñetazos las puertas de todos los armarios con esta frase: «Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio». ¿Qué más quieren?
El escritor, nacido en Nueva Orleans en 1924, asumió los apellidos del segundo marido de su madre, según algunas fuentes un empleado de un ingenio azucarero de un país caribeño. El joven Truman abandonó en los andenes, durante su viaje a la Gran Manzana, el García. Y se quedó nada más con el Capote, más sonoro, llamativo y extraño en aquellos tiempos, la década del 40, cuando era un periodista reconocido y publicaba en The New Yorker.
Su carrera literaria y sus jornadas entre los personajes de la aristocracia y los artistas más famosos, sus escándalos en los bares de homosexuales y, casi a última hora, su labor como cronista de esa sociedad con su libro Plegarias atendidas dejan siempre en un plano inferior y oscuro sus aportes al movimiento del Nuevo Periodismo que capitaneó después Tom Wolfe, vestido de blanco.
Para muchos estudiosos, el punto de partida de esa manera novedosa de escribir en los periódicos fue su novela testimonio A sangre fría. Una especie de gran reportaje novelado, literatura sin ficción, investigación subterránea. Un viaje sin escafandra hasta el alma de dos asesinos, realizado por Truman Capote con disciplina de reportero fatigado y el estilo de un clásico.
Capote estuvo cinco años inmerso en la búsqueda de información sobre el asesinato de la familia de Herbert Clutter. Reconstruyó el suceso a partir de sus conversaciones con los autores del crimen. Se vendieron casi medio millón de ejemplares del libro y, en 1967, se hizo una adaptación para el cine.
Esos recursos, esa forma de acercarse al periodismo, comenzó a desparramarse por el mundo y llegó también a algunas zonas de Hispanoamérica, donde produjo obras importantes en Argentina, Uruguay y México.
El autor de Desayuno en Tiffany's y otras obras de relieve en Norteamérica, regresó al periodismo en 1950, para hacer entrevistas exclusivas para la revista Playboy y, en realidad, los dos libros en los que tuvo puesta toda su fuerza y su vocación de triunfador son los que concibió a partir de técnicas del periodismo: A sangre fría, con la indagación de cabo a rabo del crimen, y Plegarias atendidas, unas crónicas del corazón y otras partes del cuerpo humano de la alta sociedad neoyorquina.
Capote fue un periodista que escribió ficción. Un hombre que se sentía más seguro con el manejo de los hechos reales y la posibilidad de entrar en sus vericuetos mediante preguntas y exploraciones directas para contarlos luego con cierta exuberancia y un grado de fidelidad que confiaba a la inteligencia y la sensibilidad del lector.
Se sabe que comenzó empeñado en escribir cuentos, pero su contacto temprano con el periodismo y su experiencia con la novela sin ficción transformaron su visión del oficio. Siguió, como hacen muchos autores, con el delirio de construirse una identidad de escritor puro, imaginativo y enredado.
Ofreció detalles de sus manías para hallar la palabra y su equilibrio dentro del párrafo que describe un sueño, aunque se hizo adicto a los instrumentos del reportaje y a las alternativas de una buena entrevista (era un conversador de raza) porque lo encaramaron y lo sostuvieron durante años en el centro del escenario, el sitio donde quería estar.
El periodismo fue para Capote, a mi modo de ver, algo así como lo que acaba de confesar Mario Vargas Llosa que ha sido para él: «Un compañero leal, fascinante y fecundo».
Algunos amigos que disfrutaron con el norteamericano los días de fama y esplendor en los salones y los mataderos dejan los ecos de su aporte monumental en el silencio cósmico del cementerio.
Él abrió las puertas de sus casas peligrosas (que solían habitarlo de noche) y se aprovecha de esa generosidad para ahora sacar a pasear los pecados y hacer el relato pormenorizado de las derrotas y los derrumbes de la carne de un infractor natural, un simple muchacho del sur al que Truman Capote, con 60 años, había convertido ya en un profesional de la depresión y un candidato sin rival para volver temprano a la penumbra.
Jueves
Toda la luz de Puerto Rico
Lo que la gente romántica del Caribe quiere los sábados de noche es ir a bailar. Descubrir un lugar tranquilo, sin techo, con una música que deje oír el concierto con sordina de los vasos, las botellas y el hielo y que, de repente, entre una mujer alta al escenario y cante por encima de los acordes de la orquesta: «¿Qué tal te va sin mí?»
La gente lo que quiere, por lo menos una vez al año, es escuchar y ver a Lucecita Benítez. Verla caminar despacio, pasar por todos los géneros, para volver siempre al bolero con esa voz sobrenatural, educada, que produce emoción en estado puro.
Borinquen la comparte. Como no quiere que nadie se olvide que Luz Esther Benítez nació en Bayamón, la isla entera la llama desde el siglo pasado la voz nacional. ¿Será que una sola mujer podrá detener a un pueblo? Así parece. Así se le quiere en Puerto Rico desde la década del 60 en que se lanzó a cantar y se robó México, Colombia y Panamá, y llenó los teatros más importantes de Estados Unidos y desbordó estadios de béisbol y la capacidad de las casas disqueras.
Allá está como si el tiempo no tuviera que ver nada con ella, a la espera de que una nueva generación de amantes de la música comience a crecer para ganársela con esa voz que, según algunos poetas caribeños, está grabada en la programación genética de las personas sentimentales.
No importa que haya cantado con Sammy Davis Jr, Mercedes Sosa, Rubén Blades, Alberto Cortés o Plácido Domingo, ni sus decenas de discos o la proyección internacional de su figura. Ella sigue próxima a todos los amores y los desamores, testigo, juez y parte de las rupturas, las reconciliaciones y los encuentros de los enamorados conocedores de qué amor necesitan sus himnos.
Viernes
Versos en Guantánamo
Con el alma cautiva, el primer libro de poemas del escritor Néstor Rodríguez Lobaina, encarcelado en Cuba, comenzó a circular esta semana, editado por la editorial gaditana Aduana Vieja.
El poemario incluye textos escritos por Lobaina (Baracoa, 1965) entre 1994 y 2004 en la Prisión Provincial de Guantánamo y en los campamentos de trabajo forzado La Bamba, El Corojo y El Granadillo, diseminados en la misma provincia oriental cubana.
El libro tiene una nota del autor que dedica su obra a su hija y su madre. La esquela del poeta termina así: «Para los que en un acto vil y cobarde de venganza me torturaron y golpearon salvajemente, mi mayor expresión de pena y perdón cristiano».
Aduana Vieja publicó en el año 2006 otro libro de versos escritos por un poeta preso. Se trata de Historias gentiles antes de la resurrección, del escritor católico Regis Iglesias, integrantes del grupo de 75 cubanos condenados a largas penas de prisión en la llamada Primavera Negra, en marzo de 2003.