Las tornas cambian. Hace 10 días, el Sevilla amenazaba con destrozar al Betis en la ida de los cuartos de final de la Copa. Hoy no vería con malos ojos sacar un empatito del Manuel Ruiz de Lopera en el segundo de los tres asaltos que dirimen en febrero estos vecinos a la fuerza. Buena parte de culpa en la alteración de esta dinámica la tiene Luis Fernández. El machote es quien marca los tiempos.
En realidad, lo ha hecho desde que irrumpió en la ciudad, el pasado diciembre, como recambio de urgencia del alicaído Javier Irureta. En apenas mes y medio, Luis Fernández ha provocado un auténtico cataclismo en el Betis. Se ganó inmediatamente a Lopera, recuperó anímicamente a los jugadores y ha conseguido por fin alejar al equipo de los puestos de descenso.
Sus métodos no han sido precisamente sutiles: una defensa cerrada, un orden espartano y un contragolpe feroz. Su mayor acierto táctico fue apostar por el goleador Robert (un gol cada 130 minutos), que faltó al respeto al vestuario al alargar sus vacaciones una semana tras declararse en rebeldía. Pero no hay decisión que pueda rebatirse hoy a Fernández, el gurú del beticismo, que llega incluso a perdonarle su descortesía respecto al gran duelo local.«Para ustedes se trata de un derbi, para mí sólo un partido de Liga importante», dijo ayer.
En otros labios, esta declaración hubiera supuesto una herejía imperdonable, pero Luis es ahora el oráculo que tanto tiempo esperó la afición verdiblanca. Él lo sabe y ha reforzado unas convicciones ya de por sí pétreas. Nada iba a apartar la mirada de Fernández de la salvación del Betis, su gran objetivo, en el que le va el prestigio y el sueldo (no hay que olvidar que la envergadura de su contrato está extremadamente supeditada a la consecución de la permanencia).
Luis ya demostró lo que le importa el derbi en la ida de la Copa, donde alineó a un batallón de suplentes que, sin embargo, defendió con raza un empate que les supo a gloria. «Había que desgastar al mínimo al equipo de cara a la Liga», explicó, y tres días después asaltó San Mamés. En una ciudad tan apasionada como Sevilla resulta cuando menos sorprendente el racionalismo feroz que determina las decisiones del volcánico entrenador.
De igual manera sucede en el choque de esta noche. Con el Sevilla de capa caída y el Betis revitalizado y jugando al abrigo de su afición, surgieron especulaciones sobre un cambio de estilo, más ofensivo, del cuadro verdiblanco. «Ni locos», terció el entrenador de Tarifa. «No vamos a cambiar lo que nos da resultados. Puede ser un fútbol que no guste, feo, pero nos funciona. Ya habrá tiempo de jugar bonito. Si el Sevilla es quien tiene los peloteros, que lo demuestre sobre el campo». Juande Ramos entró al trapo y recogió el guante. «Vamos a llevar el peso del partido. Aceptamos el riesgo de ser favoritos. Un empate me dejaría mal sabor de boca».
Pero el Sevilla no está para muchas cargas. El bajón que ha sufrido en este 2007 resulta abrumador. En el club ya no saben cómo interpretarlo después de agotar la excusa psicológica o la física. El equipo ya no es líder y las lesiones le respetan. Sin embargo, la cosa no marcha.
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El coraje defensivo de tipos como Javi Navarro sostiene el armazón, pero los futbolistas desequilibrantes en ataque se han difuminado. Juande Ramos espera como agua de mayo que Kanouté, Kerzhakov y Adriano den el paso adelante. Y, sobre todo, que vuelva Jesús Navas, cuya ausencia se ha desvelado como la más determinante para este equipo. Nadie hay más genial que Navas, nadie tiene más llaves para abrir partidos cerrados, que es lo que habitualmente le vienen a plantear los rivales al Sevilla.«Lo necesitamos. Nos falta un poco de acierto y crear más ocasiones.Pero no tengo dudas. Si seguimos jugando tanto tiempo en campo contrario, al final caerán los triunfos», cree Juande.
Si en el Sevilla esperan la resurrección de sus estrellas, en el Betis sueñan con la irrupción de sus promesas. Los tres desconocidos que llegaron en invierno no han podido comenzar mejor. Caffa es un atacante fino, Ilic un lateral cumplidor y Pancraté convirtió en gol, en San Mamés, el primer balón que tocó. ¿Está claro que todo lo que hace Luis Fernández le sale bien?