Sábado, 10 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6264.
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 DEPORTES
LAS SOSPECHAS
La Mafia y los movimientos antisistema se infiltran en el fútbol
IRENE HDEZ. VELASCO

Están perfectamente organizados y, más allá de la devoción ciega que cada uno siente por su equipo del alma, tienen un objetivo común: sembrar el caos y poner en jaque la autoridad del Estado. Hablamos de los más violentos grupos italianos de ultras, perfectamente capaces de dejar de lado sus tradicionales rencillas y rivalidades deportivas para unirse en la causa común de desafiar el orden establecido. Un objetivo en el que, además, no están solos. Grupos neonazis, organizaciones anarquistas, fascistas en activo, miembros del movimiento antiglobalización y hasta exponentes de la Mafia les respaldan. Al fin y al cabo, su objetivo también es el de conseguir hacer tambalear los cimientos de la sociedad.

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«Un esbirro menos», proclamaban las pintadas surgidas en los muros de Bolonia. «La Policía es el primer enemigo», gritaban las realizadas sobre las tapias de Ancona. «Esbirros, preparaos», se leía en las paredes del Reggio Emilia. En Roma, en Milán, en Verona se multiplicaban las pintadas con la palabra «Acab», acrónimo inglés de All Cops Are Bastards («Todos los polis son unos capullos»). En Palermo no se quedaban atrás: «Hinchas 0, Policía 1». Y en Collegno, una localidad a las afueras de Turín, se ansiaba «otro Filippo Raciti», citando directamente el nombre del agente asesinado.

Algunos de estos grupos abogan por hacer causa común contra el enemigo. Se habla incluso de la posibilidad de que los dirigentes de algunos de los grupos más extremistas celebren una especie de asamblea general para agrupar sus respectivas fuerzas, dejando de lado sus diferencias deportivas e incluso políticas... Los expertos antiterroristas italianos no ocultan su preocupación. Recuerdan ahora los violentísimos encontronazos que en 2002 enfrentaron a la Policía y a miembros de los movimientos antiglobalización en Génova durante la celebración de la cumbre del G-8, y a los que se sumaron entusiastas los hinchas del Génova y del Sampdoria. Carlo Giuliani, el joven muerto a manos de las Fuerzas de Seguridad del Estado en aquella batalla campal, es de hecho un símbolo para la mayoría de los ultras violentos. «Carlo Giuliani ha sido vengado», rezaba una pintada en Livorno esta semana.

Pero, por si el peso de las organizaciones de extrema derecha y de los radicales anarquistas no fuera suficiente, la Mafia también ha extendido sus tentáculos al calcio. Desde que ya en diciembre de 2002 Cosa Nostra hiciera su primera aparición oficial en el estadio del Palermo, a través de una pancarta en la que se condenaba la Ley 41 bis, que establecía sentencias de cárcel más duras para los mafiosos, y en la que se leía «Berlusconi se olvida de Sicilia», los mafiosos no han hecho más que afianzar su poder en la organizaciones de ultras. «En lo ocurrido en Catania hubo, seguro, presencia del crimen organizado», sentenciaba esta misma semana Francesco Forgione, presidente de la Comisión Parlamentaria Antimafia.

Forgione denunciaba asimismo que la Ndrangheta, la potente mafia calabresa, convertida en los últimos años en la más poderosa de todas las organizaciones criminales que operan en Italia, ha conseguido hacerse un hueco en algunos estadios de fútbol del norte de Italia. Las investigaciones realizadas en Milán, Turín, Génova y Verona han puesto de relieve cómo los estadios se han convertido en las principales plazas de comercio de droga.

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