DAVID ESPINAR
Real Madrid y Liverpool han ocupado una buena cuota de los comentarios que se realizan en el fútbol. Respecto al Madrid, cualquier información reciente sirve, y no será aquí donde se destacará una por encima del resto, para no herir sensibilidades. Por su parte, el sorpresivo fichaje de Alvaro Arbeloa fue lo más reseñable, por lo insólito, de la actividad en el Liverpool. Contrastan la aparatosidad histórica del comportamiento en los primeros y la añeja discreción de los segundos.
La paciencia ha sido dispar: el Liverpool, en sus 115 años de historia, sólo ha tenido 17 entrenadores; el Real Madrid, en 105 primaveras, ha dispuesto de 47 técnicos. Un punto de coincidencia relevante es el carácter ganador que se supone a ambos clubes, reflejado en la frase del preparador Bob Paisley, quien dijo que convenía recordar cuando vivió los malos tiempos: un año el Liverpool fue segundo. Pero en lo que realmente se han marcado diferencias ha sido en la observancia por las tradiciones, un aspecto que también distingue a la sociedad anglosajona y a la española. El Liverpool ha vivido envuelto en la magia de la costumbre, medio empañada por la modernidad y por la afluencia de jugadores extranjeros. No hace mucho que la ropa de los entrenamientos del primer equipo se ponía limpia el lunes y no se cambiaba hasta el viernes, o que todos los jugadores iban y venían al campo de entrenamiento de Melwood en un autobús sin ducharse hasta llegar al punto de partida. Tampoco se permitía a los futbolistas entrenarse con pantalón largo. Proverbial es la costumbre de que los juveniles limpien las botas de los profesionales. Cada jugador tiene una mascota (como se les denomina) y ese chaval es el encargado de que el calzado a su cargo sea el más limpio del vestuario. En Navidad, como pago al trabajo desempeñado durante el año, los futbolistas del primer equipo entregan una propina al chico. En ocasiones, se les invitaba a la fiesta que se celebraba en esas fechas y a la que normalmente había que ir disfrazado.
Estas medidas tenían como objetivo formar personas antes que jugadores. Ahora que se duda de los valores, quizás estos modelos sirvan para recordar que siempre estuvo el club por encima de todo. Sólo es cuestión de acudir a la tradición.
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