VICENTE SALANER
El nivel técnico de esta Copa, que había empezado verdaderamente pobre en la jornada del jueves, dio ayer un afortunado respingo. Sin duda porque entraban en juego los dos equipos que han dominado la primera mitad de la temporada, el Real Madrid y el Tau, y éstos siempre ofrecen una variedad de soluciones ofensivas y defensivas y poseen unos planteles de jugadores capaces de dar espectáculo, y eso que uno de los cuartofinalistas -un Caja San Fernando que causó una impresión bastante notable de impotencia contra los vitorianos- no cooperó con él. Pero también por un motivo, según le parece a este cronista, no desdeñable: el arbitraje de la segunda jornada volvió a ser el habitual de la ACB, y pese a los nervios y a la tensión del proverbial torneo del KO, los contendientes reaccionaron con subconsciente agradecimiento, entrando bastante rápidamente en sus automatismos ligueros y acercándose a su verdadero nivel más que los que jugaron el jueves.
El motivo: la tolerancia incomprensible de los trencillas de la primera jornada hacia las tarascadas y los constantes roces no sirvió más que para acentuar el carácter bronco de los encuentros. Cuando los jugadores se dan cuenta de que se les toleran las infracciones, no se puede esperar de ellos más que lo que pasó: que perseveren en el pecado.
Desde luego, el Real Madrid, muy castigado por los pitidos y con tres jugadores en tres faltas antes de llegar al descanso -Raúl López, en apenas siete minutos y medio en juego- no ha salido muy bien parado de la recuperación del habitual criterio ACB, por ejemplo en las faltas por movimiento del bloqueador atacante en las pantallas. Pero, en cualquier caso, para la competición siempre es preferible que se mantenga el criterio arbitral. No hay razón para que la tensión competitiva de una Copa se traslade a los jueces y éstos, sin motivo alguno, se muestren tolerantes contribuyendo así a que el juego se vuelva cada vez más enmarañado. En ese sentido, tanto si ayer hubo examen de conciencia o llamada al orden como si fue mera casualidad, bienvenido sea el cambio. Y que las dos últimas jornadas también se piten como se pitan los partidos de la Liga ACB.
Bueno, pensándolo mejor: que se piten con la misma exigencia y el mismo rigor, pero que piten un poquito mejor desde el punto de vista técnico. Porque en los dos partidos de ayer vimos cómo tres pares de ojos -avezados, además, porque aquí pita lo mejor de España- eran incapaces de ver algunas entradas dando tres pasos que clamaban al cielo: están tan obsesionados con ver lo más escondido que a veces pasan por alto lo más obvio. Y también vimos a un ansioso referee castigar a Jackson Vroman con una falta antideportiva cuando no había hecho más que un leve gestito tras perder un balón. Y tampoco es esto.
Al final habrá que esperar que esta Copa la acabe ganando un equipo por sus propios méritos, que se juegue un baloncesto de alto nivel hasta el último minuto, y que el arbitraje coopere con ello de la mejor manera: sin que tengamos que volver a escribir sobre él desde aquí hasta el domingo.
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