Sábado, 10 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6264.
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De manera intensa esconde siempre un oscuro ir y venir
ARCADI ESPADA

Querido J:

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No creo que se te escapara en uno de los magníficos ten con ten y pastas de Raúl del Pozo con el presidente este párrafo asombroso: «Le preguntan [a Zapatero] por las chicas, y contesta con una frase hermética, tal vez de Gamoneda: 'La mayor con 13 años ya sabe que está convidada a la vida'». El que preguntaba era un camarero del Congreso. Piensa en su azoramiento. El hombre se desliza por la cordialidad protocolaria, cómo va todo, y de súbito el presidente da pie a entender que su hija ya es fértil. Con aliteración (vida [da] vida) y alevosía, por supuesto. Total, que di a pensar en nuestro presidente, como suelo. Me parece un caso absolutamente fascinante. Es decir, yo imagino a un hombre que recibe la noticia, y va rumiándola, y se encierra en su habitación, pasan las horas, y al fin abre la puerta: «Convidada a la vida», anuncia.

Hay otro gran momento, que ya conoces: el encuentro con su esposa Sonsoles (en el hall: los alemanes vestían de gris y tú ibas de amarillo), relatado en aquella inolvidable entrevista de Marie Claire: «La primera vez que vi a Sonsoles con ese chubasquero amarillo, El País en la mano, en el hall de la facultad, cuando la vi y la miré a la cara, dije: 'Tengo que hacer lo que sea. Tuve mucho trabajo, mucha competencia, porque Sonsoles es una mujer guapa [¡e inteligente, claro!]. Entonces supe que lo que debía hacer era invitarle a un proyecto vital compartido».

Otra prueba de trabajo previo la dio su compañero Eduardo Madina, en un artículo de su puño y letra que acababa así: «Una tarde en la habitación de un hospital. Unos días antes, una bomba de ETA había explotado debajo de un coche. El secretario general del PSOE entró por la puerta, se acercó a la cama y preguntó qué tal. 'Bien', dijo el chaval, '¿y tú?'. 'Bien', contestó Zapatero, 'te voy a regalar una Euskadi en paz'».

He pasado algunas horas recorriendo la palabra del presidente, por si su secreto estaba debajo. He revivido momentos asombrosos. Recordarás, por ejemplo, aquella época de quiasmos y paronomasias que me hicieron temer por su salud. En cuanto abría la boca, incurría. Fue durante su primer año de Gobierno y yo, no sé bien por qué, atribuí semejante fuego retórico a la influencia de Barroso, su propagandista de entonces. Ahora no estoy tan seguro, aunque es cierto que esas dos erisipelas concretas casi desaparecieron con su marcha de La Moncloa.

En aquel tiempo, el presidente era capaz de celebrar el primer aniversario de la victoria diciendo en la Casa de América: «Después de ocho años de derechas hemos tenido un año de derechos». Se callaba por un instante y oteaba. Igualmente, en un acto de las Juventudes del partido, no se cortaba un pelo a la hora de replicar al Evangelista: «No es cierto que la verdad nos hace libres, es la libertad la que nos hace más verdaderos». «Quiasmo», decían los médicos.

Otro día había patrocinado: «Las lenguas están hechas para entenderse». Era falsísimo, pero movilizó a Ferlosio, que le dejó este costurón: «Con el semantema lengua el plural no admite más que un valor distributivo, y al decir, como él ha dicho, 'las lenguas están hechas para entenderse', no cabe otra interpretación correcta que la de 'cada una de ellas para entenderse sus hablantes entre sí'; nunca 'para entenderse una lengua con otra', lo que es palmariamente falso: el latín no está hecho para entenderse con el griego».

En junio de 2005 pronunció el retruécano de su mandato: «Las palabras han de estar al servicio de la política y no la política al servicio de las palabras». Bastaba la operación de sustituir palabras por verdad para comprender el alcance de la operación retórica. Recordarás, en fin, cuán farruco se puso queriendo reformar la Constitución para sustituir disminuido por discapacitado (donde el calco del inglés disabled era toda la novedad), o su intervención en el homenaje a Tomás y Valiente y este párrafo que aún cuelga de la web presidencial: «El terror ha sesgado muchas vidas, pero no podemos sesgar la esperanza». Algunos ridiculizaron el sesgado. Pero ya te dije entonces que era menos error que errata segar/sesgar, fruto de su imponente adicción paronomásica. Y creo, en fin, con tristeza, que fue la retórica la que le condujo al peor momento de su vida, horas antes del atentado de Barajas: «Hoy estamos mejor que hace un año. Pero dentro de un año estaremos aún mejor». Una suerte de grave epanadiplosis.

Debo confesarte, sin embargo, que no ha sido la acumulación de materiales la que me ha acabado llevando al descubrimiento del secreto. Esta vez la fuerza bruta no ha sido suficiente. El secreto de José Luis Rodríguez Zapatero está contenido en el artículo que publicó el miércoles 14 de febrero de 2001, en este diario donde te echo las cartas. Es un texto sobre Borges que habría de servir de prólogo a la reedición de Ficciones. No voy a transcribirte el artículo entero, porque puedes pinchar aquí en http://www.elmundo.es-/2001/02/14/cultura/e000081.html. Te anticipo una confesión: yo apenas he entendido una sola palabra de lo que dice. Se levantan allí misteriosas pirámides: «Cuando leemos la Biblioteca de Babel no podemos evitar la sensación de que en esas pocas páginas están contenidos todos los libros que los hombres han escrito y escribirán, además de todos los restantes, que son la infinita mayoría». Pasa. «Prologar a Borges resulta muy difícil cuando Borges es el prólogo de uno mismo, y eso es exactamente lo que le ocurre a este prologuista». Quieto.

Lo cierto es que acabó siendo una suerte que tuviera que leer el texto más de una vez, porque en la primera operación me había pasado inadvertido. Pero a la segunda lo cacé. Allí estaba, y allí estará para siempre. «Durante un tiempo, cuando era más joven, estuve enfermo de Borges; todavía no estoy seguro de haberme curado. Cuando uno enferma de Borges se pregunta por qué la gente sigue, seguimos, escribiendo». Sí, lo sé, estás gritando de placer; has salido al jardín y estás elevando tus brazos al cielo. Lo sé. SEGUIMOS. Sí, amigo mío, sí.

Está podrido de literatura. No es política, no es marketing. Son las letras. Convendrás en que ha pasado lo peor. Yo pronosticaba un cínico. Y en cuanto a los métodos, una corte de valets de lettre; un copypaste, cada mañana, con la ablución e-mail de De Toro; un griego susurrándole al anochecer dos gamonedos. No, es él.

Algo sospeché el otro día cuando vi que despedía a su amigo muerto, Benigno Castro, con este primer párrafo: «El silencio que representa la muerte de un amigo nos encoge, nos frena en el impulso de la vida que de manera intensa esconde siempre un confuso ir y venir de nuestra existencia», también en este diario escrito. Pero no acabé de concretarlo hasta el destilado borgiano.

Toda la política de Zapatero (¡y no digamos ya su política de la Memoria!) ha de entenderse en clave literaria. No importa que sea mala, pésima, atroz. Es literatura, y con eso, desdichadamente, basta.

Sigue con salud

A.

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