Sábado, 10 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6264.
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Cuando las urgencias son urgentes
Eugenia Rico

Nos han dicho que sólo se vive una vez pero morir se muere muchas veces. He muerto un poco en un pasillo de urgencias. Sucedió en un gran hospital. Varias camillas a lo largo del pasillo. Trasiego de internos. Jóvenes, guapos. El fin de semana en Formigal. Dos besos, un guiño. Un grito, un gemido. Los jóvenes Adonis siguen comentando el fin de semana fuera de la guardia. Un doctor en bata verde de cirugía parece ser el único que trabaja en el hospital. Entra y sale y no da abasto. Sus compañeros en grupos de cuatro y cinco siguen conversando. El hombre grita. Pide ayuda. Todos le ven pero parece que sólo yo le oigo. A los pocos minutos está muerto. He muerto con él en ese pasillo esperando ayuda y encontrando indiferencia. Me toca a mí, yo estoy viva. Aparentemente. El joven doctor luce un bronceado envidiable. No me mira, para él soy como un mueble. Yo intento indicarle dónde me duele y cómo me duele. «Cállese. No nos importa su dolor». Es una declaración de principios. No importa el dolor. Importa el ascenso, el ligue, de quién eres hijo. Alguien ha muerto en un pasillo. Podría ser yo. Podría ser usted. Sin duda lo seremos.

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Un mendigo entra ensangrentado. Soy testigo de cómo es objeto de insultos y bromas. Esto, señores, se hace en la Seguridad Social que siempre he defendido con los impuestos de todos. Sin duda las urgencias están sobrepasadas. En las urgencias están los más jóvenes, los peor pagados, los que tienen menos experiencia. Y en las urgencias se juega la vida y la muerte. Las urgencias son lo más urgente. Si es necesario establecer medidas como en Italia o Escandinavia para que sólo vayan los que lo necesitan, es urgente que los que allí trabajan tengan los medios pero también la responsabilidad. La medicina es el más alto ejercicio de poder. Todos, los más poderosos y los más pobres por igual, hemos estado o estaremos en las manos de un médico. Y tenemos derecho a esperar que nuestro dolor le importe. A mí me mandaron a casa por estrés y luego resultó que tenía apendicitis. Si no he muerto y puedo escribir esta columna es porque no todos los médicos eran como ésos que describo. Porque todavía hay médicos que piensan como Paracelso que la bondad es condición de la medicina. Por ésos tenemos que luchar, para ayudarles a seguir en un sistema adverso, a seguir a veces siendo impopulares, a seguir salvando vidas, a seguir.

Para los otros, los que dejan morir gente en los pasillos, pido un minuto de silencio. El minuto en que también ellos estarán gritando y muriendo como yo y como usted. El mundo es un corredor de la muerte y la medicina no es una profesión como otra cualquiera. Es la profesión a la que todos acabamos pidiendo ayuda. Por eso merece el mayor respeto y la mayor exigencia.

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