B. PULIDO
Era una mañana como la de hoy, hace 111 años. El cielo había amanecido despejado sobre la capital. Era una legañosa jornada de lunes que se empezaba a desperezar lentamente, cuando algo vino a alterar el orden pacífico de la ciudad. El periódico El Liberal, en su edición del martes, lo contaba de esta manera: «Ocurrió la explosión a las 9:30 de la mañana, cuando una buena parte del vecindario madrileño no había abandonado el lecho aún (...). Sobre la población se había formado una nube rojiza, negruzca, con los bordes blanquecinos, y muy oscura en el fondo. De repente, de la nube partió una especie de fogonazo que produjo el efecto de los rayos del sol reflejados por un espejo de colosales dimensiones. Se oyó después una terrible detonación, tan estruendosa como nadie había conocido y se produjo un temblor de tierra que duró algunos minutos».
El último meteorito que cayó sobre la capital lo hizo un 10 de febrero de 1896 y causó un revuelo tremendo. Los restos de aquel ejemplar se pueden contemplar en el Museo Nacional de Ciencias Naturales, dentro de la exposición Meteoritos, junto con otras 300 piezas que forman parte de la colección. Algunas con una antigüedad de 4.500 millones de años.
En la palma de la mano aquel fragmento asoma inofensivo, más pequeño que una nuez. Cuando llegó a la Tierra debía rondar la media tonelada de peso y el metro de longitud. El resplandor fue tan intenso que se percibió en ciudades tan distantes como Mallorca, Badajoz, Jaén o Guipúzcoa. Aquello fue una «caída», porque fue avistado antes de recogerlo. «Lo normal son los hallazgos, que uno encuentra casi por casualidad. La proporción es de unas 1.050 de las primeras, por 31.000 de los segundos». El comisario de la exposición, Miguel de las Doblas Lavigne, describe a los meteoritos como «cuerpos celestes pertenecientes al Sistema Solar que logran sobrevivir a su paso por la atmósfera terrestre y alcanzan la superficie del Planeta Tierra».
En un lugar privilegiado de la muestra asoma el ejemplar más grande de España (140 kilos), caído la Nochebuena de 1858 en Molina del Segura, Murcia. De las Doblas también quiso destacar aquéllos que cayeron en Olivenza (Badajoz) y que por poco impactan en unas personas. «Los fragmentos iban directos a cuatro labradores y en el último momento cambiaron de dirección».
La primera aparición documentada en España se remonta al año 1773, en Huesca. Dos hombres que trabajaban en su huerta escucharon un ruido extraordinario tres veces seguidas. Uno de ellos se acercó, aunque al principio le retrajo el olor fétido que desprendía. Tras tocar el objeto con la azada, hizo lo mismo con la mano comprobando que estaba caliente y se lo llevó a la chaqueta. El meteorito pesó nueve libras y una onza.
Meteoritos.
En el Museo de Ciencias Naturales (José Gutiérrez Abascal, 2)
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