'MONSTRUOS DEVORADORES...'
Hasta el próximo 8 de abril en la Casa de América (Paseo de Recoletos, 2).
Horario, de lunes a sábados de 11.00 a 20.00 horas. Domingos de 12.00 a 15.00 horas. Entrada libre
Se pasean algo inquietas por algunos espacios de la capital. Atrás han dejado su vida en el malecón, los resplandecientes colores del mar y sus puestas de sol, las camisetas húmedas y los ventiladores. Atrás quedó La Habana. En su primer viaje han recalado en Madrid, extraño destino de hormigón.
Ahora que el cauce del Manzanares a duras penas culebrea por la M-30, a la nevera balserita, que ha empezado a chapotear estos días en el paseo de Recoletos, apenas le quedaba más que el recurso de la fuente de Cibeles para tratar de escapar de su pesadilla. Cuba queda lejos, es cierto, pero ¿quién sabe? La diosa se preguntaba, desde su lustroso carruaje: ¿qué diantres puede ser ese artefacto con remos que me mira desde el otro lado? Aquel refrigerador (compañero del cayuco), creado por Alexis Leyva Kcho, asoma en la calle como una muestra de la exposición que se exhibe en la casa de América, llamada Monstruos devoradores de energía: una colección de 50 frigoríficos creados por artistas cubanos.
Los creadores han aprovechado la llamada Revolución energética iniciada por Castro el año pasado que consistía, entre otras cosas, en el intercambio de los viejos frigoríficos de los años 50 que consumían ingentes cantidades de energía por unos aparatos de procedencia china, más pequeños y de menor consumo.
La idea comenzó por casualidad con un garabato en la nevera de Mario Miguel González (Mayito), uno de los artistas de la exposición. Su obra es una de las que se puede contemplar en el jardín de la casa de América. Mayito ha dejado en Madrid un pedazo del malecón de La Habana. Aquel garabato se extendió hasta formar parte de de la IX Bienal, con la participación de artistas de la talla de Aída del Río, Flora Fong, Nelson Domínguez, o el actor Jorge Perugorría.
Aquellos refrigeradores se han erigido como portavoces de la memoria cubana. «Quien mira sus calles parece que viera una fotografía congelada», afirma Luis E. Camejo. Su trabajo ha sido designado para representar la imagen de la muestra. No es de extrañar, en él se funden dos viejos símbolos de su patria: el coche y el frigorífico de la década de los 50.
Una estufa para el calor, un bote de refresco, un candado, una caseta que vierte ropa tendida al jardín, un monumento a los caídos en el sagrado cumplimiento del placer, una máquina de Coca-Cola, distintos objetos que recorren pasillos y se dejan caer en las esquinas de las salas habilitadas para la exposición, incluida la propia calle. Por haber, asoma hasta un confesionario y una nevera embalada para llegar al británico Tate Art cuanto antes.
Se tiene la certeza de que los viandantes de una ciudad son los que más impacto visual reciben. Las neveras parecen tortazos estéticos que disuelven la monotonía del paisaje urbano y convencen al madrileño de que es posible mirar los objetos desde otro punto de vista.
Como si hubieran trazado un pequeño jardín de La Habana y lo hubieran alojado en este vertiginoso sueño de máquinas que es ahora Madrid, a la entrada de la casa de América se yergue El vigilante, una metáfora de cristal, metal y madera, creada por Nelson Domínguez, que es una invitación a subir más arriba.
Los símbolos de la vieja Habana, como el coche nevera, el malecón, la lata de cerveza y los puros se unen a la ironía, como El general eléctrico, una nevera disfrazada y condecorada con ropa militar.
O el adiós, con féretro incluido, que le organiza Jorge Perugorría a su amigo Rocco, el famoso frigorífico de la película Fresa y chocolate, con una carta en la que narra su historia: «Aquí yace, en contra de su voluntad, el compañero Rocco». La dedicatoria no tiene desperdicio.
«Todos los frigoríficos funcionan», aseguran los artistas. Uno se puede percatar de ello cuando abre las puertas de los viejos electrodomésticos. «Ellos han sido y son el termómetro de la alimentación del pueblo».