LUNES, 5
Tarde en el estudio de José Manuel Ciria. Ciria es el pintor puntero y maestro, pero aún joven, de una nueva abstracción, aunque lo suyo escape siempre a hormas o escuelas semánticas y académicas. Quiero decir que lo de Ciria tiene algo de geometría del grito, o de equilibrio del exceso, o de locura de la equidad, con lo que toda definición es una aproximación. Pasa con toda voz propia. O sea, pasa muy pocas veces. Ciria está por Madrid aunque ahora vive más en Nueva York, y por eso su visita es una noticia, pero también un regalo que es una sorpresa, o al contrario. Su estudio es un laboratorio metido en un loft, o al contrario, allá por lejanías arriba de la calle de Alcalá, donde atardece más temprano, inflamadamente, y el horizonte tiene bellezas de ferralla. Tomamos ron y marlboros. Nos emborrachamos más de la charla propiamente dicha que del Havana añejo. Ciria trabaja mucho, incluso demasiado, y no sé cómo coño saca tiempo para hacer obra colosal si siempre está de viajes, almuerzos y otras jaranas. Encima atiende el móvil, y aquí ya veo yo cómo Ciria ejerce de genio que alterna el pincel con una mano y el móvil con la otra. Enseguida te regala un último catálogo fastuoso, o dos, de alguna de sus exposiciones internacionales, y deja en el aire de la tarde una frase de ironía:
-A ver si me pongo y me sale por fin un buen cuadro.
Está Ciria a punto de irse a Buenos Aires, donde expone una magna muestra última, La epopeya de Gilgamesh, en el Museo Nacional de Bellas Artes. Se trata de 23 pinturas que evocan otras tantas escenas principales del célebre poema épico. Sé que han puesto estímulo y apoyo en este proyecto el poeta Marcos-Ricardo Barnatán, primero, y luego Alma Ramas, presidenta del Fondo Internacional de las Artes. Ciria ha hecho de esta Epopeya una prórroga y un ahondamiento de su lenguaje volcánico, monumental de mancha, entre «el orden y el caos», como alguna vez ha titulado alguna de sus muestras. He probado alguna vez a definirle como un solista del relámpago, porque en su obra prospera un gobierno de lo incalculable, una armonía de la fiereza, un vuelo de la abundancia, bajo aquel lema de André Breton: «La belleza moderna será convulsa o no será». A mí las piezas de Ciria siempre me traen a la memoria aquellas palabras de Rimbaud, «el artista es un ladrón de fuego», o aquello otro de Leonardo: «Salvaje es el que se salva». Son palabras que prueban a definir lo que en rigor es indefinible, porque el arte de Ciria gasta sobresaltos de volcán e intuiciones de abismo. O sea, una pasada. Salvaje, sí, es el que se salva. Ciria.
MARTES, 6
De vez en cuando, Don Jaime de Marichalar me echa de comer en finos restaurantes. Antes era Viridiana y ahora hemos cambiado a los bajos del Hotel Wellington. Don Jaime no es la guía del ocio de Madrid, pero sí es la guía del lujo, y nunca falla.
Don Jaime llega siempre más tarde que yo, pero he aprendido, con el tiempo, que lo suyo no es inelegancia sino un hábito más de un hombre que va sin prisa por la vida. Los golfos y los elegantes sólo llevan el reloj de adorno. Solemos levantar el campamento casi a las seis de la tarde. Nos conocimos en una ferretería de la calle de Atocha, zona herrajes, pero entonces no nos dirigimos la palabra, a pesar de reconocernos mutuamente. Este arranque proletario, doméstico, tan peatonal en nuestra amistad, se lo he recordado yo luego, a menudo, y él calla como pidiendo perdón.
-No hay de qué disculparse, Don Jaime. Los dandis no saludan en las ferreterías.
Don Jaime come fuerte, no fuma y gasta una suerte de tristeza que parece ensimismamiento, o al contrario. Ajustamos algunos compromisos literarios, para los foros que lleva o preside, y me hace recuento de sus últimos viajes, que son todos.
Lleva pulseras hippies, casi hasta el codo, y un peluco que es un alhajón. No es dandi porque vista impecable, sino porque los ortodoxos nunca dirán que va «bien vestido». Por Navidad no manda jamones, sino libros de arte, y agradece todo con finas epístolas escritas en tinta color esmeralda. No cabe en las fotos de fiestas que le hacen. Es lo contrario a un famoso de garrafón.
JUEVES, 8
Erika Ortiz se ha marchado. Escribió Barnatán que entre muerte y suerte sólo existe una letra. De modo que a veces la suerte y la muerte son la misma cosa. La despedida de Erika tiene toda la solemnidad de la escenografía de la muerte, con el negro deslizante de los coches funerarios y el lujo enlutado de una lluvia cinematográfica. DoñaLetizia era la viuda de su hermana, y se entiende. La lluvia parece hermana de Doña Letizia. Siempre que algo importante cruza la vida de Doña Letizia, ahí está la lluvia poniendo su telón de obstinación. La lluvia es algo que siempre ocurre en el pasado. Lo diagnosticó Borges. La lluvia siempre aparece para hacer pasado de los presentes de Doña Letizia, incluyendo boda, nacimiento de Doña Leonor y muerte de Erika. La lluvia insiste en no querer fallar nunca en los grandes acontecimientos de la vida de Doña Letizia, siempre tan abrileña, por otra parte, se eche a llorar o no se eche a llorar. La meteorología también ha dado siempre la enhorabuena o el pésame a la Princesa, desde la boda a hoy, sólo que a su manera. La meteorología es que es muy suya. Una vez más, ha llovido en la vida de Doña Letizia. Ferozmente.
VIERNES, 9
Le fallo a mi entrañable Miguel Rellán al estreno de Días de cine, que es la gran comedia de la temporada. Amo a Miguel desde hace siglos, pero me ha cazado de golpe la gripe de moda, que a lo mejor es también mi melancolía incurable de siempre. El caso es que el médico me dice que el cine lo vea en casa. O sea, que me pierdo el cine, que es estreno. Días de cine está dirigida por David Serrano, que es un joven talentazo, y además de contar con el incalculable Rellán, trae coro de actores sobresalientes como Alberto San Juan, Nathalie Poza o Fernando Tejero. Me hubiera gustado darles un abrazo a estos golfantes. Iré al cine este fin de semana. Y prometo hacer aquí glosa en condiciones. Me han dicho los que saben que están que se salen.