Durante la terrible contienda de Sierra Leona, en medio de la devastación y las atrocidades cometidas por ambos bandos, los medios de comunicación no se hicieron eco de una noticia especialmente simbólica. En enero de 1999 las autoridades del país africano detenían a Yair Klein, un teniente coronel israelí en la reserva con un pasado tan turbulento como digno del filme Diamantes Sangrientos.
Klein ya se había ganado una triste fama en Colombia, donde en 1989 fue acusado por el Gobierno de proporcionar entrenamiento y armas a los sicarios de Pablo Escobar, el líder del cártel de Medellín. Una reputación que acrecentó entre 1996 y 1999 cuando asesoró a las fuerzas leales a Charles Taylor, el señor de la guerra de Liberia conocido tanto por sus exacciones como por su promoción del tráfico ilícito de gemas procedente de Sierra Leona.
El israelí fue acusado por la prensa local de intentar asesinar al presidente de Sierra Leona T. Kabbah. Poco después, con el mismo eco mediático -ninguno- los periodistas que cubríamos el conflicto nos enteramos de que Klein se había fugado de la precaria prisión central de Freetown, la capital del país africano.
La figura del militar encarna todas las posibilidades dramáticas que se entretejieron en los conflictos de Africa del Oeste durante la década de los 90: armas, espionaje y mercenarios, y todo ello «subvencionado» por los millones que producía el tráfico ilegal de diamantes.
Sin embargo, con el final de las guerras civiles de Liberia y Sierra Leona el negocio de los diamantes sangrientos sufrió una significativa merma, que se acentuó tras la implantación del llamado Sistema de Certificados Kimberley (KPCS) en 2002. Este proceso obliga a todos los estados y empresas que negocian con estas piedras a lidiar sólo con los que transitan en recipientes sellados y con documentos que acreditan su origen legal.
Según Partnership Africa Canada, una organización que supervisa el funcionamiento de Kimberley, si en la década de los 90 el sector ilícito representaba un 15% del mercado total, hoy no llega al 1%.
ONG como Global Witness (GW) han alertado sobre la «falsificación» de certificados KPCS citando el ejemplo de Ghana, un país que hasta la propia ONU ha denunciado por «blanquear» los diamantes que transportan hasta allí los rebeldes que controlan el norte de Costa de Marfil. Para GW, «el sistema de documentos es más un ejercicio de relaciones públicas que algo creíble».
En Israel, los flamantes empresarios de la bolsa de diamantes de Ramat Gan, como Avi Paz -el presidente de dicha institución- aseguran que Leonardo DiCaprio no «le da miedo», en referencia al filme. «Podemos asegurar que ni un solo diamante entra en Israel sin ser investigado por las autoridades», le secundó Moti Ganz, presidente del Instituto de Diamantes.
Quizás las piedras sean «investigadas», pero resta por ver si se ha indagado no sólo en el currículo de Klein sino de otros muchos nombres de israelíes que durante años estuvieron vinculados a las guerras africanas y a los diamantes que las azuzaban.
Personalidades como Lev Leviev, Dan Gertler, Dov Katz, el ex general Zeev Zahrine y sobre todo Arcady Gaydamak, una de las figuras de mayor proyección política en Israel, que está acusado de participar en el envío de toneladas de armas por valor de 500 millones de dólares al régimen angoleño en 1993 a cambio de lucrativos negocios en el sector diamantífero.