LUCIA MÉNDEZ
Nunca como la mañana lluviosa y fría de este jueves los españoles nos hemos identificado tanto con la Princesa de Asturias. Ni cuando la vimos, rutilante, vestida de Caprile, ni cuando se casó, ni siquiera cuando nació Leonor. Nunca se nos mostró tan cercana, tan auténtica, tan como cualquiera de nosotros, despojada de oropeles, vestida sólo con su dolor por la muerte de su hermana y su embarazo de seis meses. Nos identificamos con su desolación porque recordamos en ella las desolaciones de cada uno de nosotros. Sus lágrimas eran las de todos.
Nunca la Familia Real se pareció tanto a cualquier familia española como en la comitiva que despidió a Erika Ortiz en el cementerio. Junto al Rey y los príncipes caminábamos todos. ¿Quién no ha enterrado a alguien cuya muerte llegó trágicamente antes de la cuenta? El Príncipe sostenía a Paloma, la madre que acaba de perder a la hija pequeña. Desde que nació Leonor y ve crecer en las ecografías y moverse a la niña que viene, Don Felipe comprende mejor lo que se debe sentir cuando te amputan una parte de la vida. Letizia se derrumbó en los brazos de su cuñada, la infanta Cristina, como lo haríamos cualquiera en sus circunstancias. Los abuelos no tenían fuerzas para llorar. Y ese joven con la mirada perdida, sin quitarse de la cabeza a la niña que ha quedado huérfana...
Desde que se hizo público su compromiso con el Príncipe, de Letizia se han dicho muchas mentiras, sin que ella haya podido defenderse debido a su alta responsabilidad institucional. Su familia, sin comerlo ni beberlo, se ha visto sometida a un acoso mediático insoportable. A su hermana Erika, los llamados periodistas del corazón -con vomitivas excepciones- la han respetado más a la hora de su muerte de lo que la respetaron en vida. Se veía en su tímido lenguaje corporal que no estaba preparada para afrontar el pelotón de cámaras que la seguía por la calle cuando paseaba con su novio o llevaba a la niña al colegio. Va siendo hora de que los periodistas nos demos cuenta del daño que podemos causar a personas que no buscan la fama ni pertenecen al alocado mundo en el que nos movemos.
Desde que se hizo público su compromiso con una persona de clase media, muchos españoles se han preguntado si el Palacio engulliría a Letizia o si su presencia en Zarzuela humanizaría a nuestra respetada Familia Real. Las imágenes del cementerio de La Paz han respondido a ese interrogante. Sabíamos que el Príncipe era un hombre con una sólida formación intelectual y muy consciente de su responsabilidad institucional. Ahora sabemos también que su familia se forja, como todas, en las alegrías y en los sufrimientos. Y que no oculta los sentimientos, como hace, por ejemplo, la Familia Real inglesa. Con todo respeto a las costumbres británicas, preferimos una Monarquía que sepa reír y llorar, como nosotros. Y en estos tiempos en los que la vida política está manga por hombro, con lucha libre diaria en las instituciones, nos reconforta que la más alta institución del Estado esté en esas manos.
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