Sábado, 10 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6264.
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 OPINION
Obituario / FRANKIE LAINE
Una de las grandes voces de América
CARLOS TORO

El autor de estas líneas se encontró por primera e inolvidable vez con el nombre de Frankie Laine en los títulos de crédito de una película: El árbol del ahorcado (The hanging tree). Una espléndida voz de barítono interpretaba majestuosamente el tema central, del que firmaba la letra, de la cinta protagonizada por Gary Cooper y Maria Schell.

El film había sido producido en 1959. Pero ya siete años antes, Laine había llevado a la cima de las listas otra canción ligada a otra gran película, también con Gary Cooper en el reparto: Solo ante el peligro (High noon). La canción se titulaba Do not forsake me, oh, my darling. Pero Frankie Laine no era únicamente un cantante de ese estilo entre popular y grandioso que llamaríamos western, sino un versátil intérprete de swing, blues y jazz amamantado en las grandes y celebradas orquestas (Big Bands) de la posguerra mundial, en las que nacieron para la fama crooners como Frank Sinatra, Nat King Cole, Guy Mitchell, Tony Bennett, Johnnie Ray o Eddie Fisher.

El Laine esplendoroso de los años 50 era ya un hombre maduro con una exitosa carrera artística y una curiosa peripecia personal. Se llamaba en realidad Francesco Paolo Lo Vecchio, había nacido en Chicago el 30 de marzo de 1913 y era el mayor de ocho hijos de una pareja de emigrantes sicilianos. Al igual que su padre, quien como barbero tuvo de cliente a Al Capone, se empleó casi de cualquier cosa. También de monaguillo en la iglesia de la Inmaculada Concepción, en cuyo coro hizo los primeros pinitos musicales. Mientras trabajaba sucesivamente como vendedor de coches, gorila en una cervecería y maquinista, cantaba en una emisora de radio por cinco dólares a la semana.

A los 18 años emprendió una extraña carrera en aquella América de los convulsos años 30 que siguieron a la Gran Depresión: participante en los populares maratones de baile (¡Danzad, danzad, malditos!) que proliferaban por el país. Participó en 14 y llegó a ganar tres. En 1932 estableció, en Atlantic City, y junto a su pareja artística Ruthie Smith, lo que pudiéramos llamar un récord mundial, aún vigente, de la especialidad: permaneció bailando, con las pausas estipuladas por los reglamentos, durante 145 días consecutivos y 3.501 horas. Su carrera maratoniana terminó cuando fue descalificado a causa de la edad de su partenaire. Los jueces descubrieron que la chica tenía sólo 14 años. Tiempo después se convertiría, con el nombre de Anita O Day, en una famosa cantante.

El joven Frankie, buscándose la vida, se trasladó a Los Angeles, la meca del espectáculo. Y, por uno de esos guiños del destino, salvó de perecer ahogado en una piscina a un niño que resultó ser hijo del célebre cantante Perry Como, quien lo introdujo en el mundo de las orquestas. En 1947, Laine grabó My desire. La canción lo consagró como una de las más grandes voces masculinas y blancas de América. Luego vendrían That lucky old sun, Mule train, Jealousy, Jezebel, Cry of the wild goose, On sunny side of the street, I believe, Moonlight gambler y muchos otros títulos que, a lo largo del tiempo, lo conducirían a vender más de 100 millones de discos.

La llegada de los años 60 y el imperio del rock mandó a Laine a la cuneta de la autopista de la música. Pero no apagó su voz, que siguió sonando como, primero, tributo a la nostalgia y, más tarde, reivindicación de un pedazo del alma estadounidense. Perdió a su primera mujer, la actriz Nan Grey, en 1993. En 1999 se casó con Marcia Ann Kleine, hoy ya su viuda. Todavía en esos años volvimos a escuchar su voz. Retirado Perry Como y muertos todos los demás compañeros de generación (el último, Mel Torme), representaba la superviviente vigencia de una época memorable. Como homenaje póstumo a su figura, en el tocadiscos del autor de estas líneas suena ahora The hanging tree.

Frankie Laine, cantante, nació en Chicago el 30 de marzo de 1913 y murió en San Diego el 6 de febrero de 2007.

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