FRANCISCO UMBRAL
Si pone usted un anuncio solicitando una criada, porque la necesita, en seguida verá pasar por su puerta toda la variedad errática del mundo del trabajo y del paro, todo el material suficiente para escribir una novela o una función de Jean Genet, que sacó sus obras maestras del mundo de las criadas y así todo le abuchearon en Barcelona y le aplaudieron en Madrid.
Si busca usted criada encontrará la joven y desesperada servidora, la ilustre fregona de Cervantes, que también anduvo mucho de criadas, solitario como era y necesitado del silencio que sólo emana de una criada en su timidez o su temor. Hay la criada hispanoamericana, en estos tiempos de inmigración/emigración, que suele ser más confortable que la criada africana, tan sorpresiva para nosotros. Pero las criadas no se dividen geográficamente sino psicológicamente. Son mujeres de fantasía, las únicas que segregan un silencio doméstico que nunca segregó la santa esposa, la del tango Volver, que no vuelve nunca, etc. Las dominicanas son también manicuras y hacen un trabajo muy fino que yo recomiendo al lector de manos sospechosas.
Hay la criada marroquí que ha obedecido la llamada de París, pero luego se queda en Madrid, un París que ella desconocía y que se vuel- ve mucho, se da la media vuelta para mirarla y decirle cosas en el francés del bachillerato. Nosotros, madrileños acérrimos, siempre gustamos de las mujeres árabes, aunque también nos atrae la criada de manos escamosas, tal y como la viera Ramón: «En este pasillo comienza la excursión hacia la criada de manos escamosas». O hacia aquella que nunca había visto carne latina y denunciaba ingenua: «Señora, señora, que le he visto las manos al señorito». También venía la criada que llevaba una señorita dentro, enfermiza y pulcra, que el poeta canta como «Un nido de mujer en el árbol del hotel», porque la criada de hotel no es lo mismo que la criada doméstica, sino que se le han contagiado muchos perfumes de Christian Dior.
En nuestra vida ha habido muchas o pocas mujeres y por eso sabe uno que las criadas son variadas y finas como las marquesitas, sólo que la cruel cultura del dinero ha elegido unas mujeres para limpiar y otras para emborronar. Las criadas de mi infancia nos enseñaban a leer el reloj, lectura que ellas mismas acababan de consumar. Aquellas criadas se hacían fotos con nosotros, en el parque, ilusionadas como si se retratasen con el princi- pito de Gales. Aquí en Madrid una criada adolescente, Piedita, se enamoró de mí. A una criada se le nota el amor en el cocido que nos trae.
La mujer casadera o casamentera habla mucho de criadas con otras mujeres. En la posguerra franquista se habló mucho de criadas, que eran como la política para los hombres: un estudio del ser humano. Era cuando nadie tenía criada y estaba hablando de memoria. Ahora vuelvo a oír conversaciones y hasta comedias con mucha criada. La vuelta de las criadas ha sido la vuelta del capitalismo de medio pelo. Incluso las criadas tienen criada, cosa que me parece muy bien. Y luego está la criada digital, que es la televisión. Pero la televisión es parlanchina, mientras que la criada habla, lejana y sola, la lengua de su país remoto o árabe o el español de su pueblo.
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