MARÇAL SINTES
Estalló el tripartito de Pasqual Maragall por el Estatut. Hay quien sostiene que ése fue el principal error: fiarlo todo a un proyecto que el gobierno no podía controlar, ya que requería el inexcusable concurso de la principal fuerza de la oposición, CiU. Cuando el pueblo catalán refrendó el texto, muchos pensaron algo así como «muerto el perro, muerta la rabia» y creyeron que todo sería mucho más fácil en el futuro. Un futuro sin Estatut y sin Maragall. A los socialistas les hubiera encantado prescindir también de los servicios de Carod-Rovira, pero al final sólo consiguieron quitarle poder y el título de consejero primero.
José Montilla y los chavalotes del PSC sabían qué hacer. Primero, salvar las elecciones como se pudiera; segundo, formar un nuevo tripartito aunque a Zapatero no le gustase (cuando se trata de sobrevivir no hay amigos que valgan), y, tercero, gobernar lavando la ropa sucia en casa y controlando la información saliente.Y así es que el nuevo tripartito echó a andar.
Su alma de izquierdas y, por supuesto, los fastuosos rendimientos electorales de la operación, llevaron a los republicanos a apoyar la ley de dependencia a sabiendas de que lesiona gravemente el Estatut. Luego vinieron los decretos sobre el castellano, igualmente antiestatutarios. El PSC intentó de nuevo que tragaran, pero no lo consiguió. Carod-Rovira se plantaba el lunes por la noche ante Montilla y le daba a entender que eso era demasiado, y que o recurrían contra la ministra Cabrera o empezaba el festival pirotécnico. Ceder también en lo del castellano hubiera supuesto un suicidio político para ERC. Ernest Maragall está sin duda entre los consejeros más españolistas del gobierno, pero en este asunto contó en todo momento con la anuencia del presidente Montilla.
Y hete aquí que cuando poco nos acordábamos del Tribunal Constitucional, el PP consigue tumbar al magistrado Pérez Tremps y el Estatut queda bajo la espada de Damocles. Aunque a estas alturas todo el mundo sabe ya cómo funciona la justicia española, no deja de ser curioso que a un antiguo gobernador civil y jefe provincial del Movimiento, Roberto García-Calvo, se le permita pronunciarse sobre el Estatut de Cataluña, mientras a Pérez Tremps se le recusa por haber realizado un informe por encargo de Pujol. Fue justamente la recusación de Pérez Tremps lo que empujó a Carod-Rovira a levantar la bandera independentista que mantenía en el desván.«¿Cuántas décadas más tendrán que estar nuestros intereses pendientes de un tribunal situado a 600 kilómetros de distancia?», clamó desde el Palacio de la Generalitat. Los del PSC se limitaron a pedir calma. Sin embargo, el poderoso socialista Celestino Corbacho se permitía ir más allá para advertir que no hay que caer en el «extremismo». Saura sentenció que el problema va a ser gordo si el Estatut es rebajado. En efecto, es imprevisible lo que puede suceder en Cataluña y en España según lo que en el Constitucional se les ocurra hacer con el Estatut. Además, arrecia sin descanso la ofensiva antiautonómica de Zapatero: el muy loapizador proyecto de ley sobre adopciones va a suponer un nuevo y agudo dolor de cabeza para el tripartito.
Parece como si el Estatut regresara desde el pasado para, como una antigua maldición, amargar la vida también a este gobierno, al tripartito de Montilla, concebido para ser una bassa d'oli.
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