Discreta verdad. La leyenda de Napoleón requería una muerte de origen conspirativo. Un emperador no puede fallecer como un funcionario ni languidecer como un anciano en la mecedora, así que la hipótesis de un envenenamiento por arsénico demostraba en clave policiaca que Bonaparte era inquietante y peligroso incluso en la jaula de marfil de Santa Elena. Los restos de veneno localizados en sus cabellos fueron aceptados como la prueba científica de la felonía y del complot. Al menos hasta que ha aparecido estos días una autopsia definitiva que relaciona la muerte del patriarca con las evidencias de un prosaico cáncer de estómago.
El estudio se ha realizado en Dallas a iniciativa del doctor Genta, experto planetario de gastroenterología y cabecilla de una escuadra internacional entre cuyos propósitos prevalecía el reto de extirpar al expediente médico todos los rumores, los chismes, las confabulaciones y la pátina de caspa.
¿Conclusión? El emperador fue víctima de un tumor en fase terminal y de origen bacteriano. Basta comprobar la primera autopsia (1821) y la realizada en 1840 antes del traslado de los restos a los Inválidos, puesto que ambas coinciden en describir pormenorizadamente los detalles de una úlcera gástrica de origen canceroso. No conocían entonces los forenses la existencia de la bacteria homicida, Helicobacter pylori, pero sus informes tienen mucho interés porque detallan el mismo cuadro clínico que mostraría hoy un enfermo de cáncer de estómago.
Más aún, el profesor Genta sostiene que Napoleón hubiera muerto de la misma dolencia aunque estuviera en la camilla del mejor hospital americano de 2007. Era tal la severidad del tumor, y son tan pocas las respuestas científicas para esos casos, que el emperador hubiera perecido con los únicos atenuantes de analgésicos y tranquilizantes.
Las conclusiones pueden leerse entre las páginas de un estudio publicado en la revista Nature Clinical Practice Gastroenterology and Hepatology. No es exactamente el Marca ni el ¡Hola!, aunque los expertos internacionales reunidos en el trabajo han hecho un esfuerzo para hacerse entender.
«Se nos describe en la autopsia un tumor ulceroso en el estómago de 10 centímetros de largo. Pues bien, durante mi experiencia médica jamás he encontrado un tumor de esas dimensiones que sea benigno. También sabemos que en el tracto intestinal había una especie de residuo oscuro similar a los sedimentos de café. Eso indica claramente una hemorragia masiva que precipitaría la muerte del paciente», explica el doctor Genta para decepción de las versiones románticas y conspiratorias.
El enfoque de esta autopsia sin cadáver contradice las conclusiones del envenenamiento que divulgó la Sociedad Napoleónica Internacional en 2005 a iniciativa del profesor Ben Weide. Un equipo de científicos demostró que había restos de arsénico en los cabellos del emperador francés, de manera que resultaba evidente colegir que Bonaparte había sido víctima de un complot fatal a sus 51 años de vida.
El sospechoso principal coincidía con el retrato del conde Charles Tristan de Montholon, uno de los cuatro grandes oficiales que acompañaron a Napoleón en el exilio y el único que reunía una baraja de móviles a beneficio del homicidio. Primero porque Napo parecía mantener una relación adúltera con su esposa. En segundo lugar, porque los términos del testamento y de la herencia le reportaron objetivamente dos millones de francos -cifra inmensa en la época-. Y en último término porque Montholon, cercano por razones familiares a la corte, también podría haber actuado bajo la consigna de los complotistas monárquicos.
El profesor Genta considera fuera de lugar el envenenamiento. Admite la existencia de arsénico en la noble cabellera del enfermo, pero también recuerda que los residuos son externos y superficiales. Es decir, que Napoleón no consumió ningún veneno ni recurrió a medicinas que pudieran haberle envenenado voluntaria e involuntariamente en su convalecencia. «Las fuentes históricas y los informes médicos aluden a una pérdida de peso de Bonapate: 10 kilos en un brevísimo periodo de tiempo. Síntoma inequívoco de que se había desarrollado la enfermedad en su fase letal», precisa con autoridad el doctor Genta.
No es todo. Los colegas del profesor texano han recurrido al historial de la familia. Su padre había muerto de cáncer de estómago, aunque la variante bacteriana de la enfermedad parece estar relacionada con la pobre alimentación de Napoleón en las campañas bélicas. «Era una dieta rica en alimentos salados, pero muy pobre en cuanto a frutas y verduras. No es que Napoleón hubiera muerto por la comida en sí, pero no le ayudó en absoluto eliminar una serie de alimentos que hubieran atenuado el desenlace de la enfermedad», dice el profesor Genta.
El estudio se ha realizado cibernéticamente, reproduciendo de manera virtual el estómago y la úlcera cancerosa. Eran necesarias las coordenadas de las autopsias originales -tamaño del tumor, estado del tracto intestinal-, así como cotejar la reconstrucción final con un centenar de tumores estomacales archivados en el hospital de Dallas.
La conclusión admite pocas dudas, aunque el equipo científico también ha recurrido a procedimientos artesanales. El físico suizo Alessandro Lugli, por ejemplo, tuvo la idea de recorrer los museos de todo el planeta para demostrar que Napoleón había ido perdiendo talla de pantalones en los últimos meses de vida. Son detalles y pormenores que humanizan al personaje y que lo alejan de aquellos retratos de David donde Napoleón se aparecía coloso e inmortal. /
CLAVES
NAPOLEON BONAPARTE
Murió a los 51 años. / Padecía un cáncer ulceroso provocado por un tumor de 10 centímetros. / Se cree que, además, era de origen bacteriano y que contribuyó a su desarrollo la mala alimentación de las etapas bélicas. / El paciente había perdido 10 kilos en los últimos meses. / La muerte le sobrevino por una hemorragia gástrica.