Erika eligió la oscuridad de la noche para decir adiós con sólo 31 años a una existencia que le venía demasiado grande. Sobre todo, desde que a raíz de separarse, una fuerte depresión se le instalara dentro como un agujero negro. A veces no podía ni levantarse de la cama, y una vecina llevaba al colegio a la pequeña Carla, su hija de seis años. Por eso tuvo que pedir la baja laboral en la productora Globomedia, donde era estilista.
Érika apareció muerta el miércoles pasado en el piso de soltera que le cedió su hermana, la Princesa Letizia. La descubrió inerte sobre su cama su actual compañero sentimental. En realidad, Érika jamás logró tener una casa propia.
Ella y su anterior pareja, el escultor Antonio Vigo, recurrieron frecuentemente a la ayuda familiar para tener un techo donde cobijarse. Sobre todo después de nacer Carla. Probaron suerte en Asturias, donde aseguran que Vigo llegó a trabajar picando piedra. Residían en casa de una tía de Érika, Cristina Ortiz. Luego compraron una vieja vivienda a orillas del Sella, pero se derrumbó al rehabilitarla. Por eso regresaron a Madrid, donde se instalaron con Paloma Rocasolano, su madre, en el barrio de Moratalaz. La suerte tampoco sonrió a la pareja y Antonio tuvo que aceptar un trabajo nocturno en los servicios de limpieza del ayuntamiento.
Licenciada, como él, en Bellas Artes, Érika se pateaba Madrid intentando vender libros de la editorial Franco Maria Ricci. Coincidiendo con este periodo, un suceso increíble revolucionó la vida de esta sencilla familia. Letizia, la guapa y brillante hermana mayor, con una pujante carrera como periodista televisiva, hizo caer rendido a sus pies al mismísimo Príncipe Felipe. El romance acabó en boda el 22 de mayo de 2004.
La varita mágica que tocó a Letizia trastocó la existencia de su familia, en especial de sus dos hermanas, Telma, la mediana, de 32 años, y Érika, la pequeña. Aunque a Telma, cooperante, le afectó menos. Suele andar perdida en lugares recónditos del globo. A la sensible Érika, mucho.
Dicen ahora que le horrorizaba aparecer en los media. No es cierto, al menos en una primera etapa, en que ejercía como portavoz de la familia e incluso concedió entrevistas, una con posado a ¡Hola!. Dicen, también ahora, que Érika no cambió de vida, y tampoco esto es realidad; de hecho, aprovechó ciertas oportunidades. Por ejemplo, vivir en la casa que generosamente le cedió su hermana Letizia. Y sobre todo, aunque pecó de ingenua, ser ascendida de golpe a directora de comunicación de FMR/Arte, cosa que sucedió al mes de casarse los Príncipes.
Según una fuente de la editorial, «ser hermana de la Princesa de Asturias fue determinante para convertirla en imagen ante la prensa». El 10 de junio se presentó como jefa de comunicación en una fiesta en el Casino de Madrid, que congregó a numerosas caras de la jet. Érika, en traje largo, ejerció de anfitriona. Iba preguntando, con cierta inocencia, a los invitados qué tal lo pasaban y si estaban «comiendo bien».
Pero pronto las cosas empezaron a torcerse. La omnipresencia de los Ortiz Rocasolano en los medios no beneficiaba a la flamante Princesa Letizia. Según una fuente cercana a Zarzuela, «el objetivo tras la boda era subrayar ante los españoles la imagen de Doña Letizia como miembro de la familia real y futura Princesa de Asturias. La presencia continua de su familia en los medios, aunque eran gente discreta, lo dificultaba. Probablemente se les dio una consigna e instrucciones para evitar a la prensa».
A Érika empezó a ponérsele cuesta arriba su trabajo: a los periodistas no les interesaba la revista FMR, sino su hermana Letizia y familia. Algo que a Érika le horrorizaba, pues no quería dañar a su hermana. Revelador fue lo ocurrido en Roma, cuando se inauguró una exposición de la madre Teresa de Calcuta auspiciada por el grupo Arte. Érika fue la estrella del acto, pero durante su estancia en la ciudad no salió del hotel. Ni siquiera para asistir a una visita al Vaticano organizada por Paloma Gómez Borrero. En junio de 2005 decidió dejar su envidiable puesto en FMR, y fichar como estilista de la productora Globomedia, un trabajo más discreto.
Este complicado periodo coincidió con una crisis en su relación con Antonio Vigo, con el que no llegó a casarse. Justo cuando comenzaban a tener una vida más acomodada, pues Antonio también encontró trabajo como profesor de dibujo en un instituto. ¿Influyó el nuevo status de Érika en su ruptura? Es difícil saberlo. Vigo fichó en 2005 por una empresa de cooperación, y se fue un año a Uruguay. La distancia fue la puntilla, y en agosto de 2006 se separaron. Él se instaló en casa de su madre, en el barrio de Aluche, y Érika se quedó sola con Carla. Perder al que era su bastión la derrumbó. La frágil Erika cayó en una depresión que le obligó en noviembre pasado a pedir dos meses de baja laboral. Muy delgada, con el pelo a lo chico y una imagen descuidada, parecía una sombra de sí misma.
Esa trágica mañana del 7 de febrero, cuando su pareja la descubrió sin vida, llevaba dos días sin ir a trabajar. La causa oficial de su muerte, una parada cardiorespiratoria. Para el público, Érika no murió por causas naturales. La gran pregunta es ¿qué infierno interior pudo llevar a una joven de 31 años, madre de una niña, a perder el deseo de vivir? Eso es lo que resulta de verdad antinatural.