Domingo, 11 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6265.
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Jaime Peñafiel

Los Borbón y los Ortiz unidos en el dolor

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Una vez más los Borbón (léase Familia Real) y los Ortiz Rocasolano (léase familia de Letizia) han aparecido juntos, el pasado jueves, ante la opinión pública de un país conmocionado. En el otoño de 2003, lo hicieron, por primera vez, por un insólito acontecimiento que pudo haber sido, incluso, gozoso y feliz, como era el anuncio oficial de un compromiso: el del Príncipe con la hija primogénita de Jesús y de Paloma. Hoy, tres años más tarde, los Borbón y los Ortiz vuelven a aparecer unidos, en esta ocasión, en el dolor: la muerte de Érika «mi hermana pequeña», como dijo, entre lágrimas, Letizia al abandonar el tanatorio donde se estaba incinerando a su hermana. Su comportamiento fue ejemplar, no como princesa, no tiene nada que ver, sino como una mujer que lloraba la muerte de su hermana y mostraba su agradecimiento a quienes le acompañaban en este doloroso trance y también a toda la prensa, que ha tenido un comportamiento ejemplar, incluido el Tomate. Las muertes son siempre trágicas y dolorosas. Con un dolor añadido e incrementado si, quien muere, es joven. Pero, cuando estos fallecimientos se producen en las extrañas circunstancias que han rodeado el de Érika y su parentesco está relacionado, además, con la Familia Real reinante, el suceso adquiere una proyección mediática extraordinaria.

Un mes de febrero trágico

Todos estos condicionamientos y muchos más se han dado en la trágica muerte de Érika, sucedida en la noche del martes 6 de febrero, este mes del año tan corto y en el que, como en el de 1981, suelen suceder tantas cosas. Aquel mes de aquel año, falleció, repentinamente y sin que nada presagiara aquella muerte, la reina Federica, madre de doña Sofía. Entonces, como hoy, la soberana recibió la trágica noticia, en pequeñas dosis, cuando se encontraba junto a su esposo el Rey, en la residencia de Baqueira. En esta ocasión, en el lejano sudeste asiático. Ayer, como hoy, la muerte y el dolor fueron los compañeros de viaje de la Soberana y, aunque las tragedias humanas tienen matices múltiples, nunca se vuelve a encontrar el mismo matiz de dolor, según Esquilo. Pero, tanto en 1981 como en este de 2007, y salvando las distancias familiares y personales de las fallecidas, el dolor ha sido, para los protagonistas de esta tragedia insoportable porque no se había previsto nunca.

Cuentan los enviados especiales que acompañaban a la Reina en el viaje por Asia que, al conocer la noticia de la muerte de Érika, doña Sofía rompió a llorar, al tiempo que decía «tengo que regresar cuanto antes a Madrid» aunque su hijo, el Príncipe Felipe, le rogó que continuara el programa de su visita oficial. A pesar de su bien demostrada profesionalidad, antepuso su devoción de madre a su obligación como reina, regresando inmediatamente a Madrid. No tanto para asistir al sepelio de Érika sino para acompañar a su hijo y a la nuera. Si no fuera así, resulta inexplicable que no se esperara su llegada para incinerar el cadáver de la pequeña Ortiz Rocasolano.

¿Quién fue el Cánovas que se lo impidió?

Conociendo el fuerte carácter de Letizia, quien no sólo manda mucho sino que es incapaz de reprimirse, dejar de hacer lo que piensa que debe, así como estar donde cree que su presencia es obligada, a todo el mundo extrañó que no acudiera, nada más conocer la noticia de la muerte de Érika, a su antigua casa, en la Ladera de los Almendros número 40, en el barrio madrileño de Valdebernardo. Allí está su piso que fue de soltera, de casada y de divorciada hasta que se lo cedió a su hermana, cuando ella la abandonó para casarse con el Príncipe y vivir como una princesa en el Palacio de la Zarzuela. Ante la inexplicable ausencia, este columnista no pudo por menos que recordar a la reina María Cristina de Habsburgo, segunda esposa que fue del rey Alfonso XII, a quien, el jefe de gobierno, Cánovas, le impidió permanecer junto a la cabecera del lecho en el que agonizaba su esposo para obligarla, el 24 de noviembre de 1885, a acudir a una función de ópera, en el Teatro Real, con el fin de respaldar la versión oficial, desorientando a la opinión pública, sobre el estado de salud del rey agonizante, tan agonizante que fallecería en la madrugada del 26. La cruel anécdota me hizo reflexionar y preguntarme: ¿Quién fue, en esta ocasión, el Cánovas que impidió a Letizia acudir junto a su amadísima hermana, muerta, desde no se sabía cuándo, en espera de que un juez, en este caso una jueza, ordenara el levantamiento del cadáver? ¿Fue Alberto Aza, el Jefe de la Casa de Su Majestad? ¿Fue el doctor Recasens que atiende y vigila el embarazo de la consorte? ¿O fue el Príncipe, su esposo, quien lo desaconsejó? Fuentes de todo crédito y solvencia hablan de Felipe como la persona que no sólo se lo impidió sino que la convenció de que no era aconsejable, dado su estado de embarazo, un embarazo que no está siendo ni fácil ni cómodo. Sólo desde la responsabilidad como madre, Letizia aceptó.

No volvió a verla ni muerta

¿Sabía, en ese momento, que ya no volvería a ver a su hermana ni tan siquiera muerta? El cadáver de Érika permaneció toda la tarde, noche y madrugada hasta la mañana del jueves, en que se realizó la autopsia, en una cámara frigorífica del Instituto Anatómico Forense. ¿Sabe el lector que de las 60 ó 70 personas que diariamente fallecen en Madrid, tres o cuatro, lo son, también en extrañas circunstancias, como Érika? Ellos fueron los únicos que le acompañaron en esa dramática noche.

Triste, tristísimo final para una muchacha que nunca fue feliz. Aunque, a veces, lo pareciera. Como en la boda de su hermana que sí encontró el príncipe de sus sueños, un príncipe de verdad, mientras que ella siguió siendo, hasta su muerte, la cenicienta de la familia.

Mamá ya no está

El mes de febrero será, siempre, un mes para no olvidar porque, un día, 6 de ese mes, se fue de este mundo, una muchacha que, como escribía en su obituario mi compañera de periódico Lucía Méndez, nunca se sintió fuerte ni tan segura ni tan guapa ni tan elegante como sus hermanas.

Mi recuerdo va, en estos momentos, a quienes en su vida fueron más importantes que la Familia Real, su propia familia, sus padres, Jesús y Paloma, sus hermanas, Letizia y Thelma, sus abuelos, Francisco, Enriqueta y Menchu y, sobre todo, su hija, la pequeña Carla. ¿Cómo le explicarán que mamá ya no está?

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