Domingo, 11 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6265.
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 CULTURA
57º FESTIVAL DE CINE DE BERLIN
Inteligente, complejo y perturbador retrato de la CIA
'El buen pastor', que narra el fracaso de la invasión de Bahía de Cochinos, confirma el talento de Robert de Niro como realizador
CARLOS BOYERO. Enviado especial

BERLIN. - Desde hace demasiado tiempo el magnífico actor Robert de Niro tiene una alarmante tendencia a la sobreactuación, a los tics repetitivos, a estar encantado consigo mismo. Del ciudadano Robert de Niro y de sus opiniones sobre las cosas de este mundo se sabe poco. Está en su derecho, por supuesto. Por ejemplo, se ha encargado al comienzo de la rueda de prensa de recalcar que lo único que le interesaba al aceptar dirigir El buen pastor es que el guión que había escrito Eric Roth le parecía una excelente historia. Ese guión cuenta el nacimiento de la CIA, argumento propicio para que los inquisitivos periodistas le interroguen sobre su visión del estado de las cosas políticas en su país, pero esa estrella extremadamente cauta prefiere hablar exclusivamente de cine.

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Y si como histrión a De Niro le va de vez en cuando lo de pegarse el inútil pasote, como director demuestra una sobriedad compleja, fuerza narrativa, admirable capacidad para el matiz y la sugerencia. Había avisado de su talento como creador en la costumbrista, sensible y más que apreciable Una historia del Bronx, pero en El buen pastor evidencia que tiene una expresividad, un estilo, una atmósfera y una elegancia a la altura de los mejores directores norteamericanos del cine actual.

El buen pastor comienza con el fracaso de la invasión en Bahía de Cochinos y la consecuente responsabilidad de la CIA en ese fiasco. A través de la tortuosa historia del jefe de contraespionaje de la Agencia, Robert de Niro nos introduce durante casi tres horas desasosegantes y que se hacen cortas en un universo subterráneo, de intereses siempre oscuros y metodología siniestra. El metódico protagonista, reclutado por su capacidad organizativa, su frialdad, su determinación y su sentido del patriotismo cuando sólo es un estudiante afiliado a la Fraternidad más trascendente en la elitista universidad de Yale, nos va a mostrar sus infiernos anímicos a lo largo de 20 años y en distintos escenarios.

Este hombre en un principio idealista y con aficiones poéticas (similitud que comparte con el George Smiley del Circus, además de su eterna y maquiavélica partida de ajedrez contra el jefe del KGB, alguien alarmantemente parecido a él) destruirá su vida personal, amor, familia y amigos en nombre del patriotismo, de un sentido del deber que impone la crueldad no sólo hacia el enemigo sino también hacia sí mismo.

Los enamorados de Jack Bauer, heroico líder de la organización antiterrorista de Estados Unidos en la tan trepidante como apologética y tramposa serie 24 se sentirán profundamente decepcionados si esperan encontrarse en esta película con un clónico de su inmaculado ídolo. Aquí todo es sórdido, retorcido, sombrío e implacable. Los rivales cambian, de los nazis al apogeo de la Guerra Fría y la Revolución cubana, se potencian o se inventan. Todo está regido por el subterfugio, la traición, la simulación, el engaño, la violencia directa o colateral, la desconfianza como principio profesional.

Pocas veces en el cine alguien tan hermético, antipático, acorazado entre sus demonios internos ha ocupado el protagonismo en una película que aparentemente es de acción y de espionaje, pero que en el fondo es un retrato agrio, durísimo y desolado de la condición humana. No hay buenos ni malos en El buen pastor, no hay maniqueísmo, sólo gente especializada en secretismo y manipulación, en un trabajo permanentemente sucio que se justifica con el patriotismo, el mantenimiento del poder, el equilibrio mundial y demás conceptos pretendidamente realistas. Es una película lúcida, incómoda, anticonvencional y rebosante de talento. Ojalá que Robert de Niro se aficione duraderamente a lo de ser autor. Como creador de imágenes su futuro es deslumbrante.

Los falsificadores, dirigida por el austriaco Stefan Ruzowitzky, va de los campos de concentración nazis, tema casi obligado año tras año en la militante autoexpiación de la Berlinale, pero en esta ocasión nos ofrecen un punto de vista nuevo a través de un grupo de prisioneros judíos a los que sus guardianes les ofrecen una supervivencia provisional y en condiciones menos infernales que las del resto de sus compañeros, a cambio de que éstos utilicen su arte como impresores y falsificadores para inundar Inglaterra y Estados Unidos de billetes falsos.

Entre estas víctimas acorraladas hay de todo, desde oportunistas a rebeldes, desde comprensibles egoístas y gente que acepta resignadamente las humillaciones más feroces a otros que prefieren el sacrificio antes que colaborar con sus verdugos. No es una obra maestra, no es La lista de Schindler, pero sí es distinta y osada con un tema que se niega casi siempre al tratamiento con matices, a mostrar los variados y heterodoxos comportamientos de los seres humanos cuando les machacan, en la situación más atroz.

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