Domingo, 11 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6265.
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La omisión del bien no es menos reprensible que la comisión del mal (Plutarco)
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MIEDO EN EL AULA
Réquiem por un pupitre vacío
Una chica de 16 años que sufrió acoso escolar aconseja a través de una asociación a chavales víctimas de la violencia, entre quienes el deseo de suicidio es cinco veces mayor
PEDRO SIMON. Enviado especial

El 30% de los alumnos sufre algún tipo de violencia. El 3,5% dice que le rompen cosas, el 6,3% que le roban y el 3,9% que le pegan. Lo recoge el informe del Defensor del Pueblo, donde se concluye que el fenómero remite. Las cifras del INE dicen que 70 chavales de entre cinco y 19 años se suicidaron en 2005. ¿Cuántos en relación con el fenómeno? Viajamos a Asturias, donde algunos estudios estadísticos detectan el mayor índice de violencia escolar del país.

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GIJON.- La nota estaba escrita en un trozo de papel que arrancó de su libreta de color rosa y descansaba sobre el mueble de la entrada como un gorrión caído de campanario. Apenas tres líneas de párvulo y acongojado aleteo: «Papá, mamá, os quiero mucho. Pero me voy de casa porque en el colegio no tengo amigos».

Lo dejó dicho S. cuando tenía ocho años y se le negaban brazos para saltar a la comba. La cría fue hallada horas después, merodeando por el centro escolar en día festivo. Cuenta su madre que muy cerca de un acantilado que hay justo al lado.

Era S. rea de muerte en clase porque leía mucho, porque llevaba bocadillos hechos de casa y por varios delitos de lesa humanidad. «Creo que en realidad nunca pensé en matarme, pero entiendes a la gente que quiere hacerlo, que quiere desaparecer. Sólo cuando eres tú la que te caes del caballo entiendes lo que eso duele. En mi caso fue un aislamiento brutal. Se reían de mí, me decían que si era pobre, porque no llevaba ropas de marca... Al final no me dejaban jugar con nadie», nos cuenta S., estudiante de 4º de ESO, reconvertida hoy en día, a sus 16 años, en oráculo de acosados y azote de acosadores.

Viene al caso la historia de S. no sólo por su no muerte y resurrección, sino por los últimos vientos que soplan sobre la violencia escolar y el matonismo de recreo y pasillo. Ultimas noticias del informe del Defensor del Pueblo presentado esta semana: uno de cada tres chavales dice sufrir violencia verbal; casi un 4% es agredido físicamente; uno de cada cuatro tiene miedo a ir a clase en la ESO; los insultos y los motes han descendido un 30% con respecto a 1999. El mal es viejo como la tos. Sólo que ahora, acatarrados muchos por falta de límites, dicen que hay pandemia porque a los chavales se les ausculta.

Colectivo pionero

Carraspea S., que mama el asunto en casa cada día y atiende al teléfono del SOS cuando toca. Su madre, Encarnación García, es la presidenta de la pionera Asociación Contra el Acoso Escolar (ACAE), creada en Gijón allá por el 2005, cuando surgió el caso Jokin y aún calentaba el rescoldo aquel de la nota de la cómoda leída en carne propia.

ACAE es un modestísimo islote al que agarrarse que se mantiene a base de obsesivo voluntarismo, calor de abrazos y horas echadas al otro como espuertas de carbón... Que si hoy viaje a León para conocer a esos padres que llamaron. Que si mañana a aquel pueblo de Galicia donde están machacando a un chaval. Que si coge este teléfono un momento.

-Sí, dígameeee... Vaya... Tranquila, mujer. Cuéntame tu caso, cuéntame.

A Encarna la fuerza le viene de los «universos solidarios que viví y que vivo», comenta: su abuelo era minero, su padre era metalúrgico comunista y ella es militante de CCOO. De toda esa red de gente que les echa una mano contra el acoso por todo el Estado: un comisario, un empresario, parados, abogados, psicólogos, profesores y, cómo no, los chavales del Consejo de la Juventud de Gijón, desde donde les pasan las llamadas y donde tienen la sede. A S., que aparece con una mochila que pesa horrores, la fuerza le viene de aquellos días en que arrastraba los pies al colegio con botas de plomo y acercaba el termómetro a la bombilla para no ir a clase.

«Hablo con los chavales. Los padres nos los ponen al teléfono y a mí, que les cuento que pasé por eso, me sueltan lo que no se atreven a detallarle a su familia», relata S. «Les digo que no se callen, que luego se pasa mucho peor, que lo hablen, que lo denuncien. Les digo que los acosadores quieren que bajes la cabeza. Porque ellos no quieren verte enfadado. Quieren verte asustado».

Que se lo digan a ella. Que hasta el 28 de enero de 2005 recibió un mensaje de una de sus antiguas acosadoras: «S. Eres una cacho puta que flipas. Ojalá que cuando llegues a tu casa encuentres a tu perro jugando con el corazón de tu madre». Que se lo digan a ella, que aún hoy interviene como el Séptimo de Caballería cuando hay algún acorralado en su instituto. «Les digo: 'Hala, parad ya, ¿no?'. Si veo que no me hacen caso, voy y se lo comento a la jefatura de estudios».

Febrero es un mes malo en el tema del acoso, cuentan en ACAE, como lo son septiembre y octubre, meses todos ellos donde el teléfono 24 horas con el que madre, hija y demás voluntarios atienden al cuitado no deja de sonar y anda más rojo que nunca. Desde que se creó la asociación, han atendido más de 6.000 llamadas. La mayoría, dice Encarnación, de Andalucía y Valencia.

En los casos más graves, donde al otro lado suena más ahogado un «ya no podemos más» o un «ayudadnos, por favor», la familia entera (también el padre) tira millas y va allá donde haga falta con su cantimplora de aliento y su botiquín de afectos.

Recuerdan madre e hija el caso de J., en Huesca, «al que le quitaron seis años de vida y llegaron a quemar físicamente». Nos hablan del caso del chico L., en Córdoba, al que fueron a ver desde Gijón, saliendo un día por la noche en tren hasta Madrid, para luego empalmar hasta su tierra. «Perdí dos días de clase, pero tenía que conocerlo. Se empezaron a meter con él porque iba con una mochila rosa... Le machacaron, le pegaron, le hicieron la vida imposible, iban hasta a su casa... A muchos a los que les pasa lo mismo no aguantan y se quitan de en medio».

El deseo de suicidio entre los escolares que sufren acoso escolar es cinco veces mayor que en el resto, recordó en Madrid la pasada semana Dan Olweus, experto mundial en la materia.

A veces sucede, concede Encarnación García, y entonces una no sabe qué hacer ni a quién gritarle. Aquel día de hace año y medio sucedió.

A por la cría aquella de Madrid iban hasta la puerta de su casa. Todos reían a coro: «Estás sola. Sola. No tienes a nadie, jódete». Por teléfono Encarna oyó a la madre: «Ya no pudo más». Cuando supo que se había quitado la vida eran las cinco de la madrugada. Sacó a la perra. Se fue a pasear a solas por la playa.


Carta de una madre asustada

El relato es de una madre cuyo hijo estudia en un elitista colegio de Zaragoza. Lo extractado dice así: «Todo comenzó cuando mi hijo fue a un campamento de verano con compañeros del colegio de su misma clase y éstos le propinaban insultos y le hacían el vacío. (...) Desde que empezó este curso, J. ha sufrido todo tipo de agresiones verbales, hasta tal punto que ha llegado a llorar solicitando a toda costa no ir al colegio, argumentando fiebre, malestar, dolores... Un día nos contó el acoso al que estaba siendo sometido por parte de sus mismos compañeros de clase. (...) Su rendimiento escolar ha llegado a pasar de tener siempre notables y sobresalientes a llegar este año a suspender con ceros y doses. También su autoestima se resiente. Sus compañeros del equipo de fútbol le acusan de no saber jugar y le dicen que nunca va a ser nada. Para no ir, al entrenador le ha dicho que le duele el cuello por una mala postura al dormir. (...) J. está actualmente en tratamiento psicológico con trastornos del sueño y de comportamiento por todo lo sucedido. (...) Fuimos a hablar con el colegio. Nos dijeron que no es problema de ellos».

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