Domingo, 11 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6265.
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 OPINION
EL PURGATORIO DE LOS LIBROS
Psicoanálisis del presidente Zapatero y su memoria histórica
MARTIN PRIETO

La gran revancha: la deformada memoria histórica de Zapatero

Autores: Isabel Durán y Carlos Dávila. / Editorial Temas de Hoy, 2006.

Stanley G. Payne, profesor de la Universidad de Wisconsin-Madison, escribe con propiedad en el prólogo de La gran revancha: la deformada memoria histórica de Zapatero, de Isabel Durán y Carlos Dávila, que «en España la mayor parte de los que invocan la memoria histórica no tienen el menor interés en la Historia seria, sino que meramente pretenden imponer sus conceptos políticos y mitos sectarios como si se trataran de la Historia misma. La verdad es que memoria colectiva o memoria histórica son en su justo término conceptos oximorónicos y muy falsos. La memoria es individual y, por lo tanto, subjetiva, y, así, tiene poco que ver con la Historia, que procede no de memorias personales y subjetivas, sino de la investigación objetiva e impersonal de datos y documentos».

Durán y Dávila tienen una acreditada bibliografía de investigación periodística y en este libro aportan un quintal de documentos relativos a José Luis Rodríguez Zapatero, su comportamiento rencoroso y hasta la personalidad de su célebre abuelo. El presidente, dómine de la Iglesia católica, se casó por la Iglesia con Sonsoles, la sirena buceadora canora y bautizó a las nenas, que además han hecho con su consentimiento y apoyo la Primera Comunión, y con motivo de la muerte de su abuela centenaria Natividad Valero Asensio, asistió al correspondiente funeral católico. Concurrió a esa misa aunque sin embargo, días antes se había negado a asistir a la que el Papa Benedicto XVI ofreció en Valencia con motivo del Congreso Mundial de las Familias. Todo un contrasentido en el presidente Zapatero, valga el forzado retruécano, tiene un sentido: demostrar que para él el ejercicio de la fe, aún en un no practicante, debe solventarse en un ámbito estrictamente privado. Zapatero llega demasiado tarde para ejercer el ateísmo militante. Hijo de un abogado beneficiado por el régimen franquista, estudió como buen niño pijo en un colegio privado de León fuertemente confesional, y no debió irle tan mal cuando mandó al mismo colegio a sus niñas antes de instalarse en Majadahonda. Su maniqueísmo es de TBO. Cuentan sin ningún tipo de sonrojo sus panegiristas que la hija mayor le afirmó un día: «Papi, ya sé qué diferencia hay entre la izquierda y la derecha». «¿Cuál?», le interrogó entusiasmado su progenitor. «Pues que la izquierda, es decir, nosotros, nos ocupamos de los demás y la derecha, es decir, ellos, sólo se ocupan de ellos». Tan honda sabiduría filial debe explicar la alergia de ZP hacia el presidente George W. Bush o a la canciller Angela Merkel.

Los autores van paulatinamente hilando una serie de anécdotas y situaciones personales que forman un caleidoscopio o tal vez un psicoanálisis del personaje. Hizo la carrera de Derecho sin gloria académica y le hicieron profesor de su facultad por gentil designación. Circulaba por León con El País bajo el brazo y un ejemplar de El contrato social de Rousseau. Por el tiempo que paseó con él hay quien duda que lo haya hojeado, pero le daba un cierto lustre sin olvidar que Rousseau era el nombre de guerra de su famoso abuelo en la logia masónica leonesa. El capitán Juan Rodríguez de Lozano parece el Aleph del presidente. Freudianamente ZP ha matado al padre (un hombre sin compromiso político y pactista con el régimen) y cabalga sin espuelas sobre un abuelo que no conoció. El capitán Rodríguez tiene bastantes claroscuros que no habría que aventar si no fuera desenterrado tan a menudo por su nieto.

El capitán Rodríguez, militar profesional y muy cumplidor de sus obligaciones, entró a sangre y fuego en Asturias durante la revolución de 1934. Los mineros socialistas y comunistas fueron atroces pero no les fue en la zaga la represión de las columnas del general López Ochoa: seis mineros que sirvieron un cañón fueron enterrados vivos por la tropa. El capitán fue felicitado por sus mandos. Nada que discutir como militar leal a la República. Pero dio en la tentación del espionaje por cuenta propia y se ofreció al PSOE de la época como informador en el seno del Ejército.

La Guerra Civil le sorprendió a medio camino entre las líneas republicanas y nacionales, eligiendo estas últimas. Lo encerraron en San Marcos de León y le fusilaron en agosto. Probablemente era su destino que le dieran paredón los unos por la represión en Oviedo y los otros por creerle un agente doble. En el cuadro ensangrentado de la Guerra Civil este episodio singular no sería reseñable, excepto porque el presidente Zapatero guarda su testamento republicano como una reliquia y siempre que puede lo saca a colación. Zapatero quiere rehabilitar parte de su familia en una revancha íntima y personal aunque las planchas de la memoria de su abuelo no terminen de casar ajustadamente.

Autores de cabecera no son ni Borges o Rousseau, sino el galleguista Suso del Toro (que procura la desaparición de España) o Philippe Petit y su «Republicanismo cívico». Tal es su entusiasmo que se lo regaló al Príncipe de Asturias con motivo de su boda, quien se lo habrá pasado a Letizia. Recuerden aquella pancarta en Caracas con que recibieron a sus Majestades los Reyes: «Viva el Rey de la República española». Pues eso. Para ZP la república fue un régimen pacífico e integrador; los hechos históricos aportan otra verdad. Su república es inventada.

Setenta años después se trata de abrir las fosas comunes de los vencidos y de colocar losas perdurables sobre las de los vencedores. La gran revancha. Y todo por el rencor de un abuelo fusilado.

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